Por mandato de la asamblea general de la ONU, el próximo 18 de noviembre se conmemora el Día Internacional del Migrante, fecha propicia para informar, reflexionar, sensibilizar y visibilizar los enormes retos que enfrentan todos los días millones de migrantes que han decidido cambiar su residencia y lugar de origen, en la búsqueda de nuevas y mejores oportunidades laborales y sociales, a fin de modificar su situación presente, en donde la pobreza y falta de opciones para vivir con mínimas condiciones de bienestar, son la moneda de curso común.
En la gran mayoría de casos, migran por necesidad más que por gusto. En algunos otros casos, optan por hacer largos viajes a países desconocidos, con un idioma, religión, cultura, tradiciones y valores muy diferentes a los que tienen en los lugares de los que son oriundos, por razones de seguridad y protección en sus personas y patrimonio. Hay una migración intuitiva, que busca la subsistencia como solución a sus problemas locales. En el futuro cercano, es probable que también presenciemos altas migraciones por causa del cambio climático, como ya ha sucedido desde tiempos muy remotos.
Una vez que han logrado cruzar las difíciles condiciones previas que impone una frontera por mar o tierra, empiezan inmediatamente nuevas dificultades para asentarse en la nueva ciudad o pueblo a residir, como es el tratar de comunicarse en un idioma del que saben poco o nada, la discriminación por estereotipo, la segregación étnica, el aislamiento social y cultural, el abuso laboral y la limitación de ser beneficiados por diversos programas de gobierno, al carecer de una residencia legal que habilite el reconocimiento de sus derechos, como residentes documentados.
A pesar de tantas adversidades, son ejemplo de resiliencia, dignidad, trabajo, esfuerzo, solidaridad y, sobre todo, de voluntad para mejorar su situación personal y familiar. Trabajan mucho y muy bien. Por su circunstancia de no tener residencia documentada, evitan en lo general tener problemas con la justicia, por lo que se vuelven de facto en ciudadanos ejemplares, que hacen grandes aportaciones económicas, sociales y culturales en las ciudades en las que viven en una lamentable e injusta situación de vulnerabilidad.
En Nueva York, afortunadamente se empieza a escribir una nueva historia para los migrantes no documentados, ya que al ser ciudad y Estado santuario, se limita la actividad de las instancias federales encargadas de hacer detenciones y deportaciones a niveles muy marginales, lo cual ofrece mayor seguridad y certeza para los connacionales que se encuentran en dicha situación.
Después de que el Covid-19, mostró su peor parte en NY y que nos obligó a confinarnos en nuestras casas por casi medio año durante el 2020, también nos ofreció la oportunidad de apreciar su valentía, empatía y responsabilidad, como trabajadores esenciales que nunca dejaron de llevar comida a nuestros domicilios, aún con los riesgos de contagio de los que fueron objeto, con las consecuencias fatales que conocemos.
En reconocimiento en favor de nuestra comunidad migrante, el alcalde Bill de Blasio, inauguró en compañía del canciller Marcelo Ebrad, la primera calle en la historia de Manhattan que lleva por nombre, México-Tenochtitlan, en East Harlem, también conocido como El Barrio. Sin duda es una distinción que rinde honor a las contribuciones laborales, económicas, sociales y culturales que ofrece la diversa y plural comunidad mexicana en NY, pero también por lo que representará en el futuro cercano en los EUA: Ser la primera minoría del país.