Tanto en el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como en el artículo 4 de la Constitución política, se reconocen la igualdad de derechos que tenemos hombres y mujeres, pero estas disposiciones no reflejan en lo absoluto la realidad de las cosas, de las oportunidades que tenemos para desarrollar nuestras capacidades laborales, económicas, sociales o políticas en una sociedad que, por mucho tiempo, ha ejercido la inequidad de género, que violenta los derechos de un segmento de la población en la que es mayoría. De 125 millones de mexicanos, el 51.4% son mujeres, y, como lo demuestra la evidencia empírica, forman parte del segmento más amplio demográficamente y al mismo tiempo tiene las condiciones más adversas para lograr un desarrollo óptimo en sus vidas personales o profesionales.
Un estudio conducido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en enero de este año, señaló que los salarios que reciben las mujeres en México son 23% menores a los que reciben los hombres. Mismo trabajo con salarios diferenciados.
A su vez, se estima que menos de la mitad de las mujeres mexicanas en edad de trabajar participan en el mercado laboral, lo que convierte al país en el segundo con la menor tasa de participación femenina de todos los países miembros de la OCDE y es muy inferior a la tasa de hombres mexicanos activos, de 82%. Según cifras recientes del Instituto Nacional de las Mujeres, el 68% gana como máximo dos salarios mínimos. Cifras que nos dicen que la mayoría de mujeres están desempleadas, y en el mejor de los casos, subempleadas y en la pirámide social, son las que menos remuneración económica tienen.
En donde también es evidente la desigualdad de género es en el área educativa. Según datos de 2018 del Coneval, el rezago educativo es mayor en la población femenina que en la masculina.
En 2008, el 23.1% de las mujeres no sabían leer y escribir, en comparación con el 20.7% de los hombres. En 2018, la cifra se redujo a 17.4% para las mujeres y a 16.3% para los hombres. Aún con la reducción de analfabetismo, son las mujeres las que prevalecen en la adversidad.
De igual forma, el informe de 2018 del Coneval señaló que hubo 1% más mujeres en situación de pobreza que hombres, es decir: 27.3 millones de mujeres con una o más carencias básicas contra 25 millones de hombres en esa condición.
Hasta en tanto haya bajo nivel educativo para las mujeres, difícilmente habrá mejores oportunidades laborales, sea para emplearse y en el ingreso, lamentablemente. Romper este eslabón es fundamental para que logren su emancipación e independencia.
Son muchas las cifras en donde se puede observar la compleja asimetría en la que viven las mujeres frente a los hombres. Hay que agregar la violencia de género. ¿Qué hacer para contrarrestar estos números? En mi parecer, con independencia de crear más leyes, instituciones, políticas públicas y programas para revertir la desigualdad, violencia y discriminación, se requiere impulsar un cambio de cultura, en donde nuevas generaciones de niñas y niños entiendan el valor e importancia de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Así lo han hecho otros países que buscan cambiar hacia el futuro, el estado de las cosas que no les permite integrar y armonizar a la sociedad. Por medio de la educación en la que el Estado ejerce la rectoría de los planes de estudio y de los libros de texto gratuito, se puede impulsar un nuevo paradigma que logre emancipar una causa largamente aplazada.
Gracias a mis hijas Mónica y Fernanda, que son dos feministas muy comprometidas con la causa para emancipar los derechos de igualdad de las mujeres, he tenido la oportunidad de conocer más, acerca de este importante tema. El papel que juguemos los hombres es fundamental para entender y resolver un problema común que a todos afecta. Por lo pronto visibilizar una realidad social, es un buen comienzo.
Cónsul General en Nueva York.
@Jorge_IslasLo