Dentro del purgatorio, con tantos sitios, siglos y almas penando, se encontraron por casualidad dos personajes que vivieron la intensidad de la política, como una forma de servir con honor y eficiencia, a los mejores intereses de sus respectivas ciudades y pueblos. Los dos vivieron en la misma época, pero en mundos separados y con formas de pensar muy diferentes. También, los reune la nostalgia, porque ambos quieren reivindicar sus nombres frente a la historia.

Maquiavelo: Buon giorno, huey tlatoani Moctecuzoma. En 500 años he leído mucho sobre usted y sus magnificas hazañas de gobierno. Según entiendo, su imperio fue el más fuerte, poderoso, ordenado y avanzado de todo el continente americano, hasta antes de la llegada de los españoles.

Moctecuzoma: Niyolpalqui pampa nimechitta. Gusto en verlo señor secretario, también sé de usted y de sus grandes escritos acerca del poder, lamentablemente no tuve oportunidad de leerlos antes de que llegará Hernando de Cortes a los que fueron mis dominios, y los de mis ancestros.

Maquiavelo: Gracias por el cumplido huey tlatoani. Seguramente se refiere usted en particular a un pequeño opúsculo que escribí en 1513, que titulé “Sobre los principados” y que años después de mi muerte fue publicado sin mi autorización por un editor romano llamado Antonio Blado, bajo el título, El Príncipe. En efecto, en un breve texto hago un recorrido histórico de cómo se obtiene, mantiene y pierde el poder. Simplemente describí la verita effutuale de la política. Fue el primero en su género y molestó tanto a la iglesia y franceses, que se encargaron de acuñar el termino “maquiavélico”, para referirse a mi persona como sinónimo del mal, de la perversidad y engaños para lograr obtener un fin, no importando los medios.

Mi intención fue darle consejos al nuevo príncipe, un tal Lorenzo de Medici, para que impulsara la reunificación de Italia y se convirtiera en uno de los primeros Estados-Nación de Europa, en una potencia económica, política y militar, temida y respetada, para evitar tantas invasiones con tantas vejaciones. Pero no le entendió, es más creo que no lo leyó.

Moctecuzoma: Señor secretario, entrando en materia y por la obviedad de los tiempos, le pregunto su opinión sobre la derrota de mi gobierno y con ello, la caída de la gran Tenochtitlan. Después de 500 años, es tiempo de reflexionar qué fue lo que pasó. En su experiencia, ¿en qué fallé? Disculpe el atrevimiento y la franqueza. En mi cultura, hablar con la verdad es un deber y forma parte de nuestros principios de entendimiento.

Maquiavelo: Ahí el primer error huey tlatoani, al haber tratado de igual a una persona que no le ofreció la misma consideración. En el capitulo XVIII de El Príncipe, digo: “Los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a su palabra y han sabido embaucar la mente de los hombres con su astucia, y al final han superado a los que han actuado con lealtad”. Si en la cosmología mesoamericana hablar con la verdad era decir lo que pensaban, por decencia y lealtad; frente a un hombre de poder como Cortés, simplemente, fue darle las llaves del palacio de Axayacátl.

Cortés fue un hombre de su época. Ambicioso y con gran deseo por lograr la gloria del poder, la riqueza y los honores que conllevan. Como él hubo varios ejemplos: César Borgia y Fernando de Aragón, entre otros

Moctecuzoma: De hecho, sí lo hospedé en el palacio de Axayacátl, junto a mi palacio, enfrente del Templo Mayor, como una manera de reconocerle su investidura y jerarquía. El me prometió respetar a mi gobierno y mi pueblo.

Maquiavelo: Huey tlatoani, ¿le parece bien si seguimos conversando con una copa de vino tinto toscano? ¿Tendrá que me preste un par de monedas de oro?

Moctecuzoma: Sólo tengo unos fragmentos de cristal en donde se reflejan las imágenes de los objetos. Cortés me las ofreció a cambio de mis monedas de oro. ¿Le sirven?

Continuará…

Cónsul General de México en Nueva York.
@Jorge_IslasLo

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