El pasado jueves se presentó en el Metropolitan Opera House, la premiere de la obra Como Agua Para Chocolate, basado en la novela de Laura Esquivel, en una nueva versión artística que ofrece una visión histórica y cultural del México de inicios del siglo XX. En tres actos magníficamente bien presentados y armonizados, lograron expresar una serie de emociones y sensaciones que nos recuerdan con nostalgia las tradiciones provincianas, en donde una madre con tres hijas tiene que sortear los desafíos de la casa, la familia y los tiempos de la revolución, hasta que la realidad y las circunstancias la superan.
Dirigida por Christopher Wheeldon, bajo la conducción musical de Alondra de la Parra, con el American Ballet Theater, se presenta un nuevo formato con la misma trama, acompañada de una escenografía espectacular, arreglos musicales, coreografías y vestuarios de la época muy cuidados, en donde se narra la historia que ha hecho mundialmente famosa la novela de Como Agua Para Chocolate, ahora en una versión más compleja de contar, por medio de la danza y el arte del ballet. Una historia de amor censurado por la mamá, con las implicaciones que tuvo hacia sus hijas y su familia, el bien más preciado que buscó dirigir y controlar de principio a fin, hasta que los sentimientos y las realidades del amor superaron todas las restricciones y prohibiciones que impuso la matriarca de la casa.
Una historia que refleja el realismo mágico de México, con sus colores, olores y sabores, tradiciones y costumbres. Con determinadas cantidades de pétalos de rosa o bien de lágrimas sentimentales, se agregan como aderezo a ciertos platillos para incitar al deseo erótico o bien para recordar amores perdidos. De esta manera una de las hijas se fue de la casa con uno de los jefes revolucionarios que se acercó con su batallón de alzados, a la hacienda en donde vivían las tres hijas con su mamá y las nanas.
Me pareció muy original mezclar, en una misma escenografía, diversos elementos como muebles, papel picado y vestuario de la época con las clásicas estructuras de Luis Barragán, dando con ello, presencia al México moderno y atemporal, por medio de la luz, colores y volumen de las paredes geométricas que tanta fascinación generan en todo el mundo. De igual manera, al principio y al final aparecen en hilera las novias de Rodolfo Morales, tal como a él le gustaba pintarlas, de blanco, sentadas, tejiendo y en plazas públicas de provincia, a la espera del novio o de mejores momentos para abatir el aburrimiento.
Qué orgullo ver a mexicanas presentarse en Nueva York en una de las salas más importantes del arte escénico, triunfando por su talento y calidad artística. Qué orgullo ver una parte de México reflejada en un escenario, que genera gran admiración y aceptación. Qué orgullo ver el Metropolitan Opera House repleto y ofreciendo una gran ovación de pie al final de la presentación de una historia mexicana que se volvió universal, por medio del libro, el film, el ballet y, mañana, por medio del teatro en Broadway. Interesante también ver al icónico Sir Mick Jagger, vocalista de los Rolling Stones, y otros destacados artistas muy entusiasmados con las expresiones culturales que reflejan parte de nuestro sincretismo y cultura, de nuestra identidad y trascendencia.