«Dos de octubre, ni perdón, ni olvido.»

Lema popular

Ayer, la presidenta de México, la doctora Claudia Sheinbaum, firmó un decreto en el que se reconoció la matanza del 2 de octubre de 1968 como un "crimen de lesa humanidad". Durante su primera conferencia de prensa como mandataria, Sheinbaum instó a los jóvenes a mantenerse cerca del pueblo y a luchar por la justicia. Han pasado cincuenta y seis años desde aquella masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, donde más de 300 personas fueron asesinadas, aunque se desconoce el número real de víctimas. Entre los manifestantes había amas de casa, obreros, oficinistas y, principalmente, estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Politécnico Nacional, que protestaban exigiendo respeto al derecho de movilización social, el fin de la represión y la disolución del cuerpo de granaderos.

Luego de la masacre, el gobierno de entonces afirmó que solo hubo 20 muertos, pero la verdad ha sido objeto de encubrimiento. Como señaló Pablo Gómez, uno de los líderes del movimiento estudiantil: "La matanza fue ordenada, obviamente, por el jefe de las Fuerzas Armadas, el presidente de la República; él mismo lo reconoció en su 5° informe de gobierno. Esto se ha discutido mucho; sin embargo, ¿quién más pudo haber ordenado algo como esto?".

El decreto firmado por la presidenta Sheinbaum no solo es un reconocimiento histórico, sino también un recordatorio de que el Estado no puede convertirse en un opresor ni verdugo de su propio pueblo. Este principio resuena profundamente al considerar otro de los crímenes que más han lastimado a la sociedad mexicana en tiempos recientes: la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, en 2014. Al respecto, la presidenta reiteró: "Seguiremos trabajando con los familiares para alcanzar la verdad y la justicia hasta encontrar a todos los jóvenes desaparecidos". Este llamado resalta la urgencia de

que las autoridades se comporten como protectores del pueblo, ya que, de lo contrario, estaríamos frente a un régimen fallido, en el que quienes detentan el poder pueden actuar impunemente.

Reconocer la matanza de Tlatelolco como un crimen de lesa humanidad es también un paso en la lucha contra la impunidad. La historia ha demostrado que demasiadas vidas y demasiada sangre se han perdido para construir la nación democrática, libre y soberana que somos hoy. Nuestro compromiso como sociedad debe ser garantizar que todos vivamos en un auténtico estado de bienestar, donde la justicia prevalezca.

Este esfuerzo por esclarecer la verdad no es exclusivo de México. En otros rincones del mundo, el año 1968 también fue testigo de movimientos sociales de gran envergadura. En Grecia, por ejemplo, el poeta y político Alexandros Panagoulis intentó asesinar al dictador Georgios Papadopoulos, considerado el primer agente de la CIA en gobernar un país europeo occidental. Panagoulis fue encarcelado y torturado, pero no perdió la fe en que la política y la democracia debían servir al pueblo. A la periodista Oriana Fallaci le dijo: "Hacer política en una democracia es tan bello como hacer el amor con amor." Este ideal sigue vigente hoy. Así como Panagoulis no perdió la esperanza, confiemos en que los gobernantes actuales aprenderán de los errores del pasado y no se convertirán en los opresores y verdugos de aquellos que les han otorgado el poder. Al reconocer crímenes de lesa humanidad y exigir justicia, trazamos un camino hacia un futuro donde la verdad y la dignidad humana prevalezcan sobre la opresión y la violencia.

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