«Fueron las drogas. Sólo pensaba en las drogas. Yo creía que era Dios, me sentía como Dios.»

Mike Tyson

El pasado martes, la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, presentó en su conferencia mañanera una campaña para el combate al consumo de drogas en México: «Aléjate de las drogas, el fentanilo te mata.» Esta plantea una intervención conjunta de las diversas dependencias de Gobierno, para desplegar a nivel nacional diversas acciones preventivas: estrategias en aulas educativas; línea telefónica a cargo de especialistas para atender a personas que padecen adicciones, acompañamiento, intervención en crisis y derivación para tratamiento; un portal de internet donde se difundirá información general respecto a los efectos nocivos de consumir drogas. También habrá campañas específicas en medios de comunicación, por mencionar algunas.

El combate a las adicciones y al tráfico de drogas, es uno de los temas que más tensiones siguen generando entre nuestro país y los vecinos del norte. La semana pasada se presentó una controversia originada por un reportaje expuesto por el New York Times sobre la forma en la que aparentemente opera un laboratorio de fentanilo del Cártel de Sinaloa, el cual generó un gran cuestionamiento acerca de su credibilidad, con base en elementos técnicos que fueron expuestos por parte del Ejecutivo Federal. Muchos interpretan este reportaje como un medio para robustecer la pretenda de Donald Trump de clasificar como terroristas a los cárteles de las drogas.

La realidad es que, al día de hoy, Estados Unidos vive una de las peores crisis de consumo y muertes por el uso de estupefacientes en su historia, en particular, a causa del fentanilo. La diferencia entre el consumo de drogas que se presenta en EE. UU., y en México, es originada por la concurrencia de diversas causas históricas, sociales y económicas, que han dado como resultado que en el país vecino exista una cultura de consumo.

Una de estas, consiste en el uso de estupefacientes por parte de soldados estadounidenses en conflictos bélicos. El cultivo de amapola se presentó en nuestro país a mediados del siglo XIX, como parte de la demanda de los Estados Unidos en la guerra de Secesión, pues su personal militar empleaba la morfina para aminorar el dolor causado por las heridas que sufrían los combatientes. Lo mismo aconteció en la Primera y Segunda Guerra Mundial, donde, al término de esta última, la demanda de opiáceos ilegales aumentó debido al enganchamiento de soldados tratados con esta sustancia; lo que dio paso a la proliferación de producción de amapola en el norte de nuestro país.

Esto se repitió en las siguientes operaciones militares estadounidenses, como en la guerra de Corea o en la de Vietnam, donde también se empleó mariguana, cuya siembra se encargó a países latinoamericanos; hechos que a la postre, concluidos los conflictos bélicos, condujeron a la persistencia de hábitos de consumo que se replicaron en el núcleo social de aquel país.

La búsqueda de potentes analgésicos de acción rápida que suplieran a la morfina, para tratar graves dolores causados por padecimientos como el cáncer, llevaron a desarrollos en la industria farmacéutica; uno de ellos fue el fentanilo del que, desde un inicio, se advirtió sobre los riesgos que generaba su empleo: generación de dependencia, depresión respiratoria intensa, entre otras afecciones que comprometen la vida. Ahora el empleo del fentanilo de forma ilícita, fuera de uso médico, y desarrollado clandestinamente, es una de las principales causas de muerte en Estados Unidos. La misma industria desarrolló otros nuevos fármacos a base de opioides que en la década de los 90 presentó un gran auge, derivado de cambios en la forma de prescribir medicamentos en ese país y una agresiva campaña para su comercialización, donde se resaltaban sus bondades analgésicas y se minimizaban sus graves riesgos de adicción.

Estas circunstancias con el tiempo condujeron, a que todas estas sustancias y sus derivaciones fueran empleadas indiscriminadamente como drogas recreativas. Es la realidad de la cultura de consumo de estupefacientes en territorio norteamericano, una práctica social, un medio de escape de las personas que viven inmersas en estrés laboral, soledad o ansiedad, que se refleja en diversas

expresiones comunitarias como en la industria del entretenimiento. La realidad de las causas y hábitos entre los dos países es diametralmente distinta.

Tenemos la certeza que la estrategia contra las adicciones en México seguirá orientándose a sus causas, a ser mecanismos de prevención, para combatir una cruenta contracultura que pretende permear en nuestra sociedad, y ello, se presentará en el marco de las decisiones libres y soberanas que asumamos como país; colaboración efectiva entre países sí, nunca sumisión por presiones o injerencias extranjeras.

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