El agua es un recurso esencial para la vida. Ha acompañado a la humanidad desde sus primeros pasos, moldeando civilizaciones, culturas y ecosistemas. A lo largo de la historia, su importancia ha trascendido lo biológico, convirtiéndose en un motor de desarrollo económico, social y espiritual. Desde los rituales de purificación en religiones como el hinduismo hasta su papel en el bautismo cristiano, el agua ha sido un puente entre lo terrenal y lo divino. En términos culturales, también inspira arte, poesía y música, reflejando su omnipresencia en la experiencia humana. Como dijo Leonardo da Vinci, “el agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza”.
Las primeras civilizaciones se asentaron cerca de ríos, fuentes de agua dulce que proporcionaban recursos esenciales para la agricultura, el transporte y la supervivencia. Los ríos Tigris y Éufrates fueron el corazón de Mesopotamia, donde surgió una de las primeras civilizaciones humanas. Allí, se desarrollaron sistemas de irrigación avanzados que permitieron cultivar extensas áreas de tierra, marcando el inicio de la agricultura organizada. En el Antiguo Egipto, el río Nilo no solo fertilizaba las tierras, sino que también era un símbolo sagrado. Los egipcios dependían de sus ciclos de inundación para garantizar las cosechas, y muchas de sus ceremonias religiosas estaban vinculadas al agua. Por su parte, los aztecas en América construyeron sistemas de captación de agua de lluvia, acueductos, represas y canales; usaban la gravedad para transportar el agua a través de canales elevados. El Albarradón de Nezahualcóyotl dividió las aguas salobres de Texcoco, de las aguas dulces de los lagos de Xochimilco y Chalco, gracias a que tenía compuertas, se podía regular la entrada y salida de las aguas. Con el paso del tiempo la laguna de México llegó a tener una rica fauna acuática que era aprovechada por los pobladores, haciendo de Tenochtitlán una ciudad próspera y de las más importantes de su época.
Durante la Edad Media, el agua siguió siendo vital, pero su acceso era más limitado. Los monjes europeos jugaron un papel crucial en la construcción de molinos de agua, utilizados para moler grano y generar energía hidráulica. Al mismo tiempo, las ciudades medievales dependían de pozos y fuentes comunales para abastecerse. La falta de sistemas de alcantarillado llevó a frecuentes brotes de enfermedades como la peste. A la par, en el mundo islámico, se perfeccionaron sistemas de riego conocidos como qanats, túneles subterráneos que transportaban agua desde acuíferos hasta zonas agrícolas. Estas innovaciones aseguraron la prosperidad en regiones áridas, como el norte de África y Oriente Medio.
La revolución industrial marcó un cambio significativo en la relación entre la humanidad y el agua. Los ríos y canales se convirtieron en vías clave para el transporte de mercancías, mientras que el agua impulsaba las primeras máquinas de vapor. Sin embargo, la creciente industrialización trajo consigo la contaminación de las fuentes hídricas, un problema que persiste hasta la actualidad. Hoy en día, el agua sigue siendo un recurso central, aunque enfrenta serias amenazas. Según la ONU, más de dos mil millones de personas carecen de acceso a agua potable segura. El cambio climático ha agravado las sequías, el deshielo de glaciares y la contaminación de fuentes hídricas, haciendo del agua un recurso estratégico. La mayoría de las principales ciudades del mundo no pueden garantizar el abastecimiento universal de agua potable y calidad para su población. Ante tal problemática es que hace unos días se anunció que durante enero, en la Ciudad de México, comenzará a funcionar el programa “Agua Bienestar” en zonas de la ciudad donde hay escasez.
Mejorar el abasto de agua y la calidad de la misma es especial para garantizar un futuro próspero, menos desigual, en el que nadie tenga la necesidad de gastar en pipas, agua embotellada y sistemas de purificación.