Luego de que igualara en el pasado Gran Premio de Eifel las 91 victorias del heptacampeón alemán, se encendió la polémica -inútil para mí- respecto a quién de los dos es el mejor piloto de todos los tiempos, abonada incluso por el propio inglés, así como por ex campeones legendarios y aquellos que trabajaron con el mítico monarca en Ferrari.

En 2004, Schumacher vivía el último año de su lustro dorado con la escudería de Maranello, logrando cinco títulos consecutivos a partir del año 2000, luego de construir un equipo en torno a él desde su llegada en 1996, y donde no todo fue miel sobre hojuelas, tiempo en donde la casa italiana parecía que no podía, Michael era descalificado por sus tácticas en pista, con accidente incluido donde el saldo fue una pierna fracturada que lo dejó fuera varias carreras.

Menciono 2004 porque ese año tuve la oportunidad de entrevistarlo. Yo dirigía una revista masculina llamada MAX en donde hacíamos ediciones anuales dedicadas al tema automotriz cada año. Era el año donde ya el correo electrónico se había consolidado como una manera de establecer comunicación con cualquier persona sin importar dónde estuviera, no había WhatsApp y las redes sociales eran todavía incipientes. Así fue como establecí comunicación a través de una amiga que trabajaba en Marlboro -Mónica Bretón-, donde me dio el email de Sabine Kehm, la manager de prensa de Schumacher: “Escríbele, ojalá te conteste”.

Mi correo solicitaba una entrevista por teléfono con Michael, y la verdad no esperaba respuesta, la revista que editaba era conocida pero a nivel muy local, ni teníamos sitio web. A los pocos días me contestó: “En estos momentos es complicado hacerlo por teléfono, pero mandamos tus preguntas y con gusto te mandamos las respuestas”. Entre en shock pero pronto me repuse y envié mi cuestionario.

En una de mis preguntas, le formulé a Michael que así como Senna afirmaba que Prost lo había echo crecer como piloto, él a quién consideraba en el mismo sentido; su respuesta fue contundente: Mika Hakkinen. Para el teutón no había duda que su rivalidad con el finlandés le había hecho alcanzar la perfección en Ferrari.

Igualmente le pregunté que si tenía algún ritual antes de cada carrera, a lo que “Schumy” destacó que si bien no poseía ninguno, últimamente le venía bien tomar una siesta antes de cada competencia de Gran Premio, así como reconocer que su bebida favorita era precisamente la champaña: “No me digas que nunca la has probado en lo más alto del podio”.

También destacaba el trabajo de equipo en Ferrari para lograr esa era de ensueño, afirmando que cada miembro cumplía su función y que el suyo era frente al volante, pero que nada se lograría si el resto no cumpliera lo propio.

Comparar a Hamilton con Schumacher o viceversa, no es justo para ninguno de los dos, ambos corrieron en épocas muy distintas tanto a nivel de organización y gestión de equipos, así como en cuanto a tecnología. Así que nos desgarremos las vestiduras y sigamos disfrutando del manejo del inglés, que irremediablemente está destinado a romper todos los récords de Schumy.

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