En 2018, Red Bull tuvo grandes cambios a raíz de la salida de Daniel Ricciardo, quien en esa temporada tuvo ocho retiros. A partir de ese momento, todos sus recursos se enfocaron en la figura de Max Verstappen, piloto en el que invirtió seis largos años para hacerlo campeón del mundo.

Esta inversión tuvo sus víctimas, ya que esta dedicación hizo que el desarrollo del auto prácticamente fuera en torno a su estilo de manejo y necesidades en pista, recordando que Verstappen es un velocista nato. Desde sus inicios en karting, Max requiere un auto balanceado hacia adelante, que le permita embocar con fuerza la punta del coche para salir catapultado.

Este trabajo en torno a él cobró la factura de por lo menos dos pilotos: el francés Pierre Gasly y el británico-tailandés Alex Albon. Ambos pagaron correr en un auto puesto a punto para Max, que funciona solamente si se es un demonio de la velocidad.

Ni Gasly ni Albon tuvieron el tiempo, la experiencia y el atrevimiento para exigir —desde el segundo garaje de Red Bull— un auto que respondiera a sus requerimientos de pilotaje, y pagaron el amargo precio de entregar el asiento; el primero, a media temporada, y el segundo en su primer año con el equipo. El auto era ese y había que trabajarlo, además de entregar resultados, no sólo que sumaran para la escudería austriaca, sino que también ayudaran a Verstappen.

Y fue entonces que llegó el mexicano Sergio Checo Pérez, con una estela de experiencia valiosísima, pero debió pagar su cuota de entrada en el equipo, domando el año pasado al RB16B, un auto no hecho a su manejo y al que le supo exprimir todo el jugo posible, y —a decir del propio Helmut Marko, asesor principal de Red Bull— sin su apoyo, Max Verstappen no habría conseguido el título.

Es así como llegamos a la actual temporada, donde el auto salió hecho al estilo de manejo del mexicano, más cargado hacia la parte trasera, lo que le permite traccionar mejor en las curvas. Esta configuración le dio resultados inmediatos, con su primera pole position en Arabia Saudita y cuatro podios en siete carreras, uno con la enorme victoria en Mónaco. Sin embargo, el RB18 evoluciona hacia las necesidades del campeón del mundo. Y fue cuando Checo alzó la voz, haciéndolo en el lugar incorrecto: los medios de comunicación, pero lo hizo, se atrevió.

Pero entonces llegó la reacción de Red Bull, que —arropando al mexicano— respondió a su llamado y labor. Así lo vimos este fin de semana, cuando Pérez en las prácticas libres estuvo a más de un segundo de distancia de los tiempos de Max. ¿El resultado? En calificación, Checo logró remontar la distancia con su coequipero a sólo dos décimas. Horas de trabajo puro entre equipo y piloto.

El segundo garaje de Red Bull está vivo gracias a Checo.

@jorgedialogante

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