En la subida y en la vida las bicicletas y las economías tienen algo en común: ambas tienen que estar en movimiento para sostenerse y mantenerse en equilibrio. Si el ciclista deja de pedalear cae, y si en la economía se interrumpe la producción de bienes o se para la prestación de servicios hay despidos y el empleo cae. Esta es la terrible situación de emergencia sanitaria en la que la enfermedad COVID-19, ocasionada por el nuevo virus SARS-CoV-2, ha metido al planeta.
Lo inédito está siendo que el contagio ha trascendido fronteras con una rapidez que ya hoy en día ya está presente prácticamente en todos los países de los cinco continentes. Además, está siendo letal con las personas mayores y con aquéllas que ya tienen padecimientos respiratorios u otras enfermedades crónico-degenerativas. SARS-CoV-2 tiene una velocidad exponencial de contagio que provoca de manera repentina un gran número de enfermos que, al volverse grave y requerir hospitalización por la obstrucción que sufren en sus pulmones, causa la saturación de clínicas y hospitales. Al rebasarse la estrecha capacidad instalada de la infraestructura de los sistemas de salud, no sólo fallecen los enfermos por este virus sino otros pacientes que sufren de otros padecimientos o que llegan a urgencia.
Por el problema sanitario descrito, las autoridades han ordenado el distanciamiento social y el procurar no salir de casa. Esta medida drástica es para romper lo más pronto posible la espiral perversa de contagio – enfermedad – saturación de hospitales – fallecimientos, la cual tiene el defecto de frenar las actividades productivas y ocasionar desempleo, provocando un altísimo costo social y privado.
Y aquí viene la gran pregunta que tenemos que abordar fríamente: ¿cuál es la mejor manera a nuestro alcance para sufragar esta pérdida? Ante la convulsión y la vorágine en la que la crisis está evolucionando necesitamos ir pensando y construyendo soluciones para lo inmediato, el corto, el mediano y largo plazo.
En lo inmediato, nos corresponde a todos, por razones humanitarias, reducir lo más que se pueda la velocidad del contagio, y con ello dar tiempo y espacio a la capacidad de respuesta del sector salud para atender a los enfermos, que por su condición, requieren de hospitalización. El objetivo inmediato es que no mueran personas por falta de atención médica, acceso a una cama de hospital, a un respirador y, en su caso, a una unidad de terapia intensiva. Por eso, de agudizarse los contagios, las autoridades mandarán de facto toque de queda.
En el corto plazo y en el mediano hay que acomodar la pérdida económica y otorgar los apoyos para minimizar cierre de empresas y pérdidas de empleo. Y esto sólo se logra con nuestros impuestos, y en este caso con cargo a la recaudación de impuestos futuros, esto es con deuda pública hoy. Desde luego, mientras el contagio creciente perdure, el paro forzoso será más prolongado. De ahí que las autoridades sanitarias, en un afán de cooperación y una actitud de coordinación con otras dependencias gubernamentales y entre los tres órdenes de gobierno, podrían seguir las prácticas con buenos resultados en Corea del Sur, Taiwán y Singapur, aplicando los avances tecnológicos (datos y pruebas masivas para detectar cadenas de personas contagiadas y ponerlas en cuarentena). Una profunda recesión es lo que hay que evitar, y la que lo podrá hacer es una hacienda pública fuerte con la capacidad de sostener un sistema de protección social que nos incluya a todos. En breve, sólo la solidaridad nos salvará.
Economista.
Twitter: @jchavezpresa