Aunque las autoridades norteamericanas han guardado silencio estos últimos días sobre el conjunto de pendientes que tienen con el gobierno mexicano, permitiéndole a López Obrador poner una pausa en su pausa con la embajada de Paseo de la Reforma, la especulación sobre las intenciones y los motivos de Washington sigue rampante. La resumo, para luego tratar de refutar las tesis más comúnmente desplegadas en estos días.
En pocas palabras, a partir del operativo para llevar al Mayo Zambada a Estados Unidos, y la consiguiente confusión sobre quién hizo qué, y qué avisaron unos y otros, se ha construido una teoría interesante sobre la nueva actitud del gobierno de Biden frente a México. Primero, se supone que al actuar de manera unilateral, con mayor o menor participación, según la versión que se acepte, en la captura de Zambada y del Chapito, Washington mostró que ya perdió la paciencia con las tácticas dilatorias de López Obrador en materia del combate contra el crimen organizado. Decidió actuar por su cuenta y, ahora, con ambos capos en mano, procederá a filtrar la información captada, para llegar incluso a afectar a quien pronto será el ex-presidente mexicano.
Con este antecedente, la segunda parte de la especulación se centra en las declaraciones del embajador Salazar y del subsecretario de Estado Nichols sobre la reforma judicial de la 4T. Como se recordará, ambos subrayaron que la elección de jueces y en particular de ministros de la Suprema Corte podían representar una amenaza para la democracia en México y contravenir el T-MEC. Las críticas sorprendieron por su carácter público, explícito y poco matizado, viniendo de funcionarios que hasta ahora habían sido tremendamente complacientes con AMLO. Parecía de nuevo una señal de exasperación, o de cambio de actitud.
Por último, la cantidad de columnas, reportajes y editoriales en los medios internacionales, y sobre todo estadounidenses, criticando al gobierno saliente e incluso a su sucesora, daban la impresión de una embestida más o menos orquestada. Se detecta así en toda la línea un cambio de postura del resto del mundo, y en particular de Estados Unidos, ante el gobierno de López Obrador. Más aún, algunos descubren, esperanzados, un muro de resistencia ante el Plan C y el cambio de régimen en México, que sustituiría nuestra imperfecta democracia representativa por una nueva autocracia legal.
Soy adicto a las teorías de la conspiración. Ésta me resulta especialmente atractiva, porque desde el arranque de la administración Biden he insistido, tanto en Estados Unidos como en México, que ha seguido una política equivocada con López Obrador. Se resume en hacerse de la vista gorda ante los golpes a la democracia mexicana, a los derechos humanos en México, a las violaciones del T-MEC por parte de la 4T, a las travesuras de AMLO con Cuba y con Rusia, todo a cambio de que le haga el trabajo sucio a Estados Unidos en materia migratoria. Me repugna el enfoque por motivos éticos, pero sobre todo de realpolitik: a la larga, le saldrá más caro el caldo que las albóndigas tanto a Estados Unidos como a México. Dicho esto, sin embargo, no puedo alegrarme con esta teoría de la conspiración, porque creo que es falsa.
Implicaría un grado de coordinación por parte de las agencias norteamericanas que no solemos atestiguar salvo en momentos de grave crisis, o francamente de guerra. Implicaría un cálculo geo-estratégico por parte de del pequeño equipo de Biden, en momentos dramáticos para ellos, durante los cuales la escasa concentración que puedan generar se dirige forzosamente a Gaza, Ucrania, y a China en el horizonte. No dudo que el Departamento de Estado le dictó instrucciones escritas a Salazar de qué debía decir. No dudo que la Homeland Security Investigations traiga una agenda propia frente a la incompetencia y el aventurerismo de la DEA. No dudo que existan informes de la CIA, de INR, de DIA y de la NSA de que la situación en México se deteriora día a día. Pero de allí a que se lleve a cabo un cambio radical de política, con todas las agencias alineadas, con un conductor de orquesta indiscutible, se me antoja inverosímil.
Puede haber, como dijimos, filtraciones. En su caso, son factibles nuevos ataques de una agencia norteamericana u otra. Obviamente, seguirán las piezas críticas en los medios extranjeros. Incluso, no es descartable que tal o cual dependencia de Washington decida utilizar información recabada de los capos para presionar a AMLO a que se comporte después del primero de octubre. Pero una ofensiva en regla, coordinada, disciplinada, del Estado norteamericano, no la veo. Me puedo equivocar, desde luego. No obstante, amor con amor se paga. AMLO le ha dado a Estados Unidos lo que más les interesaba. No tienen nada que reclamarle.
Excanciller de México