Se ha puesto de moda en México hoy dar por sentada la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos. Al grado que algunos descubren virtudes hasta ahora desconocidas en los nombramientos recientes al gabinete de Claudia Sheinbaum para enfrentar el reto que representaría dicha victoria. Con independencia de si fulano o mengano es el más indicado, o el menos apto, para conducir la negociación/enfrentamiento de México con Trump, conviene quizás colocar dicha elección en una cierta perspectiva.

Mañana jueves se dará el primero, de por lo menos dos debates, entre ambos candidatos. Es la primera vez desde que hay espectáculos como este en Estados Unidos, que se produce uno de ellos con tantos meses de antelación. Como se sabe, las elecciones son a principios de noviembre; tradicionalmente los debates, cuando los hay, tienen lugar en septiembre y en octubre. En este caso, no han sido siquiera confirmados los dos precandidatos como aspirantes por sus respectivos partidos, pero todo el mundo sabe que ellos y sólo ellos serán los abanderados de ambas organizaciones políticas, demócratas y republicanos.

En una elección cerrada los debates importan. Habrá otro en septiembre justamente, pero es posible que el de mañana sea especialmente definitorio, ya que puede generar el tipo de inercia que cualquier candidato busca desde el primer momento de las campañas. En la mayoría de las encuestas llegan Trump y Biden más o menos empatados, a nivel nacional, con alrededor de 46% del electorado para cada uno, en una carrera de caballos entre dos. Si se incluye a Robert Kennedy, candidato hipotético que aún no garantiza su presencia en la boleta, los números siguen más o menos iguales. De manera que en lo que se refiere al voto nacional, es difícil sacar cualquier tipo de conclusión por el momento.

Pero como se sabe también, la elección en Estados Unidos no se define por los votos a nivel nacional, sino por los llamados votos en el Colegio Electoral, es decir, en una instancia conformada por delegados de cada estado en función de su demografía, pero donde la totalidad de los votos de cada estado se los lleva el ganador: no hay representación proporcional, salvo en Nebraska y Maine, y sólo a medias. Los expertos analistas norteamericanos, que se han equivocado en el pasado, pero que han ido corrigiendo sus errores anteriores -como Nate Cohn, de The New York Times- han propuesto el siguiente análisis. De los seis estados que realmente deciden la elección, y que la pueden cambiar en un sentido o en otro -Arizona, Nevada y Georgia por un lado; Wisconsin, Michigan y Pennsylvania por el otro- Biden para ganar necesita a toda costa triunfar en las tres entidades del centro del país: Wisconsin, Michigan y Pennsylvania. Para ganar, Trump necesita llevarse Arizona, Nevada y Georgia, más uno de los otros tres, suponiendo que los dos candidatos obtengan en todos los demás estados los mismos votos que alcanzaron en la elección del 2020. Por lo tanto, para Biden, los comicios se juegan en esos tres estados -y repito-: Wisconsin, Michigan y Pennsylvania.

Wisconsin, a pesar de ciertas inclinaciones conservadoras en años recientes, es un estado más bien progresista, sobre todo por su tradicional inmigración alemana y sueca, y por tener una gran población universitaria. Aunque la Convención Republicana tendrá lugar en Milwaukee, principal ciudad de ese estado, y a pesar de que Trump le lleve hoy una ventaja de un punto a Biden ahí, tendería yo a apostar que al final Biden no cometerá el error que cometió Hillary Clinton en 2016 al no visitar una sola vez el estado. Biden ya ha ido en varias ocasiones y seguramente irá con mayor frecuencia en los meses que vienen.

Michigan es más complicado, por la existencia de la única población árabe-americana más o menos importante en el país. Este sector del electorado demócrata está furioso con Biden por su apoyo a Israel en las barbaridades que ha cometido en Gaza; y la población afroamericana, sobre todo en la ciudad de Detroit, la primera en elegir a un alcalde negro en los años ’60, se encuentra decepcionada por Biden y tentada de abstenerse o incluso, en algunos casos, a votar por Trump. No creo que al final eso suceda. Los árabe-americanos pueden considerar, con algo de razón, que a Biden se le ha pasado la mano en su sesgo pro israelí, pero saben también que Trump respaldaría muchísimo más a Netanyahu de lo que ha hecho Biden. En cuanto a la población afroamericana, creo que sucedería lo mismo y, sobre todo, creo que el Sindicato de Trabajadores de la Industria Automotriz, que conserva aún una gran fuerza en ese estado, se volcará a favor de Biden.

Por último, en lo que se refiere a Pennsylvania, tanto por el gobernador como por el senador Fetterman, y por el hecho de que Biden es originario de Scranton, una vieja ciudad industrial del mismo, tengo la impresión de que terminará por alcanzar la victoria ahí. Es un retrato en pequeño de todo Estados Unidos, con dos grandes ciudades progresistas al oriente y al poniente del estado; y una gran zona conservadora en el medio. Pero Filadelfia y Pittsburgh son ciudades mucho más importantes que las del interior, y aunque también ahí Trump ahora conserva una ventaja de un punto, al final creo que el estado quedará en manos de Biden.

Todo esto para decir que, a menos de que Biden cometa un error muy grave en el debate de mañana en la noche, él ya ha ganado la batalla de las expectativas. Trump ha insistido una y otra vez que Biden es un viejito acabado; que es incapaz de hilar dos frases consecutivas, y que simplemente ya no agarra la onda. Dudo que todo eso sea cierto, pero se ha ido consolidando esa impresión en el imaginario colectivo de Estados Unidos. Basta con que Biden se vea razonablemente fuerte y congruente para que disipe esa impresión. Cuando llegue el momento de la verdad, creo que los norteamericanos van a preferir al ruco que al loco, y que eso se verá en el debate de mañana. Y por lo tanto toda la especulación absurda sobre quién debe conducir la relación de México con Trump se irá a donde pertenece: al cesto de las tonterías repetidas por una comentocracia que quiere quedar bien a toda costa con el nuevo régimen.

Excanciller de México

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