La pregunta de todos es qué pasará mañana, que nos depara lo inmediato. La incertidumbre gobierna especulaciones y comentarios. No enfrentamos a lo desconocido. Paradójicamente, cada vez que interviene Andrés Manuel López Obrador aumenta el temor de los mexicanos. No tiene estrategias, ni políticas, ni directrices. Se refugia en consignas como “esta crisis la superaremos con austeridad”. Pues no. Esta crisis exige austeridad, pero no es lo decisivo. Lo determinante parece que es replantear la política energética, atraer inversiones nacionales y extranjeras, estimular la economía mexicana mediante estímulos fiscales, ayudas a los trabajadores, reforzar la seguridad, etcétera. Todo lo contrario que está haciendo el Presidente, porque el ejecutivo no existe, postrado a los antojos presidenciales. Sin embargo, el confinamiento nos revela algo decisivo. La sociedad la construyen los ciudadanos. Cada uno es dueño de su vida, de sus circunstancias, de sus decisiones. Cada uno tiene algo que decir, algo que comentar, algo que hacer.
Lo primero que salta a la vista es que nuestro entorno inmediato es la familia. Estamos acostumbrados a decir que la familia es muy importante, cuando en realidad nuestra rutina pocas veces demuestra esa importancia. Este periodo exhibe esa importancia. Conocernos, reconocernos, hablar, discutir entre todos los integrantes de la familia nos proporciona una nueva manera de estar. Poner un alto al vértigo acostumbrado nos regala esa posibilidad de dedicarnos a lo importante. Porque la familia es verdaderamente relevante. Cuando terminen las medidas de confinamiento y volteemos hacia atrás quedarán tantos momentos compartidos, tantas conversaciones inacabadas, tantos proyectos irrealizables. Pero sobre todo la convicción de donde se encuentra el centro de la vida de cada quién. Cuando se levanten las restricciones, asaltaremos las calles con desconfianza ante la amenaza de contagios, evitaremos los saludos de mano y los besos, los abrazos y las palmadas, guardaremos la distancia por precaución vuelta costumbre, miraremos con recelo en restaurantes y cafeterías a los clientes sentados en las mesas aledañas, optaremos antes por la comida para llevar que por los locales, recelaremos del transporte público. Cuando concluya este estado, privilegiaremos el teletrabajo, los empleos a realizar desde casa o desde un espacio seguro. Las empresas e instituciones con seguridad se organizarán de otra manera para evitar el contacto directo.
La pandemia afectará a todos los ámbitos, personales y colectivos. Las cosas no volverán a ser como antes. Muchos hábitos sociales desaparecerán, otros los sustituirán. No pocas costumbres se modificarán para ser reemplazadas por otras. Nuestra vida no será mejor ni peor, sólo distinta. Pero lo distinto, lo nuevo, lo diferente da miedo. En esas estamos. Pero en poco tiempo, una vez que retomemos la rutina, lo nuevo será ya hábito y costumbre. De momento, estamos en casa, confinados, recluidos. Y lo estamos en muchos casos porque queremos, en el ejercicio responsable de nuestra libertad. Es un deber respetarnos y respetar a los otros, quedarse en casa, guardar la distancia. Redescubrir a la familia, otorgarle su lugar. La pandemia nos dejará la importancia de cada persona, de cada individuo, de cada ciudadano; nos regalará la evidencia de que todos somos iguales. Un buen principio para otro tiempo.