“Misión cumplida, Presidente” exclamó ufano Marcelo Ebrard cuando llegaron las primeras dosis de las vacunas, a lo que Andrés Manuel López Obrador asintió paternalmente. La marcialidad de uno contrastaba con la aparente civilidad del otro. La fórmula propia del lenguaje militar es elocuente también de las relaciones entre los integrantes del Ejecutivo Federal. Para Ebrard, López Obrador es su general, no el responsable del gobierno. Andrés Manuel es ante quien se rinden cuentas, no con quien se debate y discute. López Obrador exige adhesión incondicional que se traduce en servilismo. Un gobierno en apariencia civil que se conduce con código militar. Así que en ese momento en que llegaron las vacunas, Marcelo Ebrard no podía decir “han llegado las vacunas”, “por fin están aquí”, “mire que ha costado, pero bueno, por fin las tenemos”.
Estas expresiones hubieran convenido a un Secretario de Relaciones Exteriores, pero Marcelo Ebrard es ante todo un subalterno al servicio del generalísimo. De modo que la fórmula adecuada para rendir el informe no pudo ser más acertada al temperamento del jefe del gobierno: “Misión cumplida”, le falto cuadrarse, aunque amagó, y llevarse los dedos de la mano derecha a la sien que era lo que en verdad ameritaba el vodevil. Pero Ebrard se conformó con ese tonante y algo impostado “Misión cumplida”. La sospecha de simulación no amenazaba la naturaleza de la relación entre jefe y subordinado-aplastado, si no más bien una actuación dirigida al resto del país que pretendía decir: este es nuestro jefe supremo, así debemos tratarlo. Pero esa exclamación “misión cumplida” ocultaba algo más que dejaba el cumplimiento misionario a medias. La otra parte es lo que se está viviendo hoy con las campañas de vacunación.
Descifrar que fue eso de “Misión cumplida” sólo es posible en todo su significado en el presente. Significa que el Gobierno Federal se hizo de un instrumento privilegiado para arreciar su campaña de propaganda rumbo a las elecciones de junio; implica que el programa de salud se sometió en todos sus detalles a las necesidades políticas del gobierno; refiere que la política para el Ejecutivo está por encima de la salud. Su prioridad no es el bienestar, sino las votaciones; no es la salud de los mexicanos, sino la papeleta en la urna. Vacuna por voto parece que es el propósito de este gobierno. Pero a pesar de “Misión cumplida”, a pesar de vacuna por voto, a pesar de la velocidad de la vacunación proporcional a la proximidad de las elecciones, el gobierno no hace nada que no debería hacer en cualquier caso. Vacunar a los mexicanos no es un favor que el gobierno hace a sus ciudadanos, tampoco una dádiva que les ofrece como un regalo. El Gobierno sólo cumple con su obligación.
Incomoda el uso electoral de un derecho, cuando es obligación de la autoridad. Irrita que la eficacia de la campaña de vacunación coincida con las elecciones a menos de tres semanas. Enoja la manipulación grosera del voto con el pretexto de la vacunación. “Misión se está cumpliendo” quiso decir Ebrard. Ahora lo comprendemos. Lo que no cambiará, al margen de las elecciones y la vacunación, es la relación de marcialidad entre López Obrador y sus subalternos que además ejercen de subalternos con una sonrisa de oreja a oreja.