Llama la atención la capacidad de nuestra sociedad para negar la realidad, la imposibilidad de aceptarla a pesar de su tozudez. Da la impresión de que las palabras se imponen sin necesidad de nada más que la autoridad o supuesta autoridad de quien las pronuncia. Algo semejante al temor o al desinterés o a la incomprensión frente a lo que verdaderamente sucede. Ante esta situación generalizada y compartida, se echa en falta una mirada crítica hacia un discurso levantado sobre la simulación, destinado a falsear la verdad, interesado únicamente en distraer la atención respecto de lo que debería preocuparnos. Y lo que nos inquieta lo tenemos delante de nosotros, aunque lo neguemos en los hechos y las palabras. Una actitud que exhibe nuestra resistencia a la lectura. En coyunturas como la actual se muestran las consecuencias del desinterés de la sociedad por un hábito que vuelve libres a las personas. La libertad no reside entre otras cosas en obedecer a intereses personales, sino a formarse un juicio y un criterio propio. La lectura es esa escuela que nos vuelve críticos con nosotros mismos y con el entorno; ese hábito que nos dota de opinión y argumentos; esa costumbre que nos permite viajar por mundos desconocidos y vivir vidas imposibles. La lectura nos hace más humanos, más incisivos, más desconfiados en lo intelectual a cambio de más seguros en lo personal. Leer no es un acto cualquiera, sino una experiencia decisiva. Por mucho que alguien nos cuente una historia o una novela, ese contar no sustituye de ninguna manera el hecho mismo de leer esa historia o esa novela o ese artículo. La lectura conquista espacios de memoria que permiten contrastarlos con los que vivimos.

En la actualidad, se echa en falta una sociedad más leída, más crítica, más segura. Se advierte una ciudadanía a merced del discurso de unos responsables preocupados en exclusiva en falsear la realidad. Pero parece no importarle ese ejercicio de simulación y falsedad. No es que no le importe, es que no tiene herramientas para situarse de otra manera frente a ese discurso. Esa carencia reside en buena parte en la falta de lecturas, en la falsa creencia de que los medios audiovisuales pueden sustituir un hábito que ha construido nuestra civilización. En estos momentos se advierte que la imagen y el sonido son incapaces de dar al ciudadano un principio sobre el que levantar su personalidad. La lectura es irremplazable. La crisis actual es también una crisis favorecida por la ausencia de crítica. La crítica es inseparable de la lectura, ese distinguir el trigo de la paja, lo importante de lo accesorio, la verdad de las mentiras. Una sociedad que no lee es una sociedad desprovista de instrumentos para mejorar. La crítica no se resuelve en señalar aspectos negativos de algo o alguien, sino que se subrayan esos aspectos para mejorarlos. La crítica es constructiva en todos los casos, en caso contrario es otra cosa. Por eso la democracia exige la crítica. Noes opción, sino obligación del ciudadano. El deterioro de la democracia es consecuencia de la ausencia de crítica que no es tarea de los llamados intelectuales sino de todo ciudadano. La libertad también se ejerce mediante la crítica y la crítica se forma en la lectura.

Nuestra sociedad no lee, ni siquiera le interesa, pero nuestra sociedad está padeciendo de manera muy visible el destierro de un hábito imprescindible en lo personal y social.

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