El 27 de febrero de 2020 se detectó el caso cero de la covid-19 en México. Hace casi un año del primer diagnóstico. También hace casi un año del aviso de López-Gatell de que México, en todo caso, tendría unos pocos infectados. Dos millones de contagios y casi doscientos mil muertos después, exhiben a un país atemorizado, empobrecido, extraviado, confundido. Un México al que las autoridades han maltratado con mentiras, falacias, medias verdades. La pandemia hasta el momento arroja muchos debes del ejecutivo federal. México es el país con el peor manejo de la epidemia. Se ha hecho mal todo lo que podía hacerse mal, pero también se ha hecho mal todo lo que hubiera podido hacerse bien. Al final, sólo queda la palabra del responsable, López-Gatell, sostenido por el Presidente, López Obrador, que niega sistemáticamente lo que informa la realidad. Los números que deja la pandemia exponen la farsa, el vodevil, la comedia. Sólo que la comedia contrasta con la honda tragedia de una ciudadanía abandonada premeditadamente. No fue suficiente la incapacidad para manejar la crisis sanitaria. Se hizo necesario vender esperanza a sabiendas de la desesperanza. Las primeras provisiones de vacunas llegaron en medio de la previsible alharaca gubernamental, con lujo de televisiones, radios y medios de información. Luego, ya nada, una vez que dejaron de recibirlas. Fue el momento en que Ebrard y López Obrador comenzaron el baile carnavalesco de cifras de vacunas a recibir: 100, 200, 300 millones de dosis, a cambio de posponer cada día su llegada. Pero por fin inició la campaña de vacunación.

El trasfondo recorta una intención electoral a contrapelo de la necesidad de un sistema de vacunación eficiente. No basta con que alguien del personal sanitario inyecte la vacuna, se antoja imprescindible el acompañamiento de servidores de la nación que enfaticen la generosidad del gobierno por la que a cambio esperan el voto. La campaña de vacunación va de la mano con la petición del voto. No importan los 200 mil muertos, sólo importa el voto. El gobierno ni siquiera es capaz de mostrar cierta dignidad en esta temporada aciaga. El voto sobre el dolor de las familias que han enterrado a sus muertos, el voto sobre la impotencia de familiares intubados, el voto sobre las familias que ni siquiera han podido despedirse de sus seres queridos. El voto por encima de las vacunas y las vacunas por encima de los contagiados y los contagiados por encima de los muertos. La vacuna es la fórmula mágica que transforma la vida en votos. Ese es el precio de la vida para la 4T. El desprecio a la vida, la soberbia ante las circunstancias, la ceguera frente a la realidad, exhiben el fondo del gobierno. La vida sólo sirve si le sirve para algo, en caso contrario es prescindible.

Y, desde luego, la exigencia de las elementales normas de urbanidad para presentar la situación en el envoltorio de la mentira. Miente López Obrador, miente López-Gatell, miente Ebrard. Lo importante nunca es la realidad, sino su sucedáneo convenientemente administrado en las conferencias diarias. Con todo, la tragedia tiene nombres y apellidos que no necesitan de envoltorio alguno. Se sabe quienes son los responsables. Quizás ahora no, pero en algún momento tendrán que responder ante la sociedad por una gestión calificada de criminal. Entonces lamentablemente la vida seguirá siendo un voto, pero la muerte recibirá la dignidad de la justicia.

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