Las elecciones de noviembre en Estados Unidos ofrecen un panorama imprevisible por momentos. La diferencia de Joe Biden respecto del actual Presidente parece insalvable. Con todo, el pronóstico es reservado. Los antecedentes vuelven impredecibles los comicios. Antes de la pandemia desatada por el coronavirus, Estados Unidos gozaba de pleno empleo y de una economía sólida. En apenas un mes, el desempleo creció de manera incontenible, la economía se resintió, las revueltas sociales arreciaron. A la inestabilidad política se unió la social y la económica. Lo que apenas tres meses antes era inimaginable se hizo presente. Donald Trump, aun en las mejores condiciones, hubiera tenido que esforzarse para reelegirse a pesar de su gestión. Ante la tesitura actual, no parece que tenga mayor opción. Biden, por su parte, apenas se mueve, con dificultad aparece, acusado de actuaciones impropias. Pero le basta para ser el puntero con una distancia holgada. Sin embargo, las cartas no están echadas y hay juego todavía. Quizás por eso Biden elige compañera de fórmula a la senadora Kamala Harris, un guiño a la comunidad afroamericana. Biden parece apostar por las minorías que cada vez son más mayoría con objeto de asegurar su victoria. Trump, en las pasadas elecciones, no hizo gesto alguno y recibió un voto importante de la comunidad hispana.

Junto a esta propuesta, en la cámara de representantes se encuentra una ley tramitada por el partido demócrata hace algunos meses para que los migrantes puedan votar en noviembre. Seguramente, en caso de que sea aprobada, la ley entrará en vigor tras los comicios. Ni a Trump ni a los republicanos les conviene su aprobación. El derecho al voto debería acompañarse de otros derechos para los migrantes como la ciudadanía. Las circunstancias que rodean a la iniciativa de ley podrían retraer incluso a los propios demócratas. Además, es competencia del Congreso y no del Presidente, por lo que su tramitación dependerá de la nueva mayoría. Al menos, la iniciativa es una buena noticia para los migrantes que con seguridad atraerá votos para Biden.

Los movimientos de los contendientes ofrecen una contienda áspera. Trump se resiste a entregar la presidencia, Biden la quiere a toda costa. Hasta ahora ha habido escarceos, refriegas menores, reproches. Trump no termina de encontrar el discurso que anime a sus bases. Biden se percibe desorientado en sus propuestas, pero no en sus movimientos de estrategia. Da la impresión de que no quieren descubrir su juego todavía. Más convincente Biden, Trump parece desconcertado. Tiene motivos. Las consecuencias de la pandemia, así como la manera en que la enfrenta el Gobierno, generan frustración, decepción y desconfianza. Apenas quedan tres meses para las votaciones. A primera vista, poco tiempo para remontar unas encuestas que favorecen ampliamente a Biden. En menos de tres meses se hundió el gobierno del ahora Presidente, quizás remonte en ese periodo. Las preocupaciones de los estadounidenses ahora mismo favorecen al demócrata: desempleo, crisis económica, crisis sanitaria. La duda es si Biden es en realidad el candidato del partido demócrata y, desde luego, el Presidente que merece un país como Estados Unidos. La coyuntura le favorece, el gobierno es ya otra cosa.

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