La Ley General de Responsabilidades Administrativas declara en el artículo séptimo: “Los Servidores Públicos observarán en el desempeño de su empleo, cargo o comisión, los principios de disciplina, legalidad, objetividad, profesionalismo, honradez, lealtad, imparcialidad, integridad, rendición de cuentas, eficacia y eficiencia que rigen el servicio público”; y en su fracción II: “Conducirse con rectitud sin utilizar su empleo, cargo o comisión para obtener o pretender obtener algún beneficio, provecho o ventaja personal o a favor de terceros, ni buscar o aceptar compensaciones, prestaciones, dádivas, obsequios o regalos de cualquier persona u organización”. Más claro, agua. El artículo se registra en el Capítulo II, titulado: “Principios y directrices que rigen la actuación de los Servidores Públicos”. La actuación de los funcionarios obdece a una ética profesional, cuya trangresión acarrea diferentes sanciones. En estas fechas, el asunto no es menor, dada la atávica costumbre de obsequiar a funcionarios y servidores públicos con objeto de que faciliten diferentes intereses de los ciudadanos. Es cierto que es habitual disfrazar tales actitudes en la siempre cómoda vestidura del agradecimiento. Sin embrago, no deja de ser curioso que los agradecidos sean casi siempre los mismos independientemente de los agraciados. De manera que hay que concluir que el tributo se rinde ante el cargo y no ante quienes lo sustentan. En realidad, se busca agilizar o condicionar cualquier decisión o trámite sujetos al interés personal del agradecido. El artículo goza de mayor autoridad por cuanto la Ley fue aprobada por la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, entrando en vigor el 19 de julio de 2017.
Puesto que la ley fue aprobada por los representantes de los ciudadano, lo lógico es que estos sean quienes velen por su cumplimiento, siendo además quienes suelen recibir dichos regalos que algo tienen de ofrendas al tlatoani. Por eso se antoja relevante que haya un seguimiento a los regalos que los servidores públicos de los tres niveles reciben en estas fechas. Es previsible que unos argumenten que fue Papa Nöel; otros que los Reyes Magos. Pue sí, son fechas en que lo sorprendente se vuelve normal, pero también hay límites para lo extraordinario. Por otro lado, es una buena oportunidad para que los servidores públicos actúen de manera excepcional, rechazando los presentes cuyo origen poco tiene que ver con lo mágio. Lo verdaderamente maravilloso sería que los funcionaríos se atuvieran a la ley y fracción que ellos mismos aprobaron, no sólo para honrarlas, sino para demostrar a los ciudadanos oportunistas-interesados-agredecidos que las cosas están cambiando. Podría parecer insignificante este gesto, pero en símismo encierra un sentido cívico y moral.
El derecho a la igualdad se evidencia también en estas actitudes. No todos los ciudadnos tienen posibilidades de untar a los servidores públicos, lo que en sí mismo es ya corrupción. Obsequios, regalos y presentes recorrerán pasillos y recintos oficiales, edificios públicos y residenecias particulares, pero en atención a la fracción II del Artículo 7º, las puertas deberían mantenerse cerradas. Este quizás sea paradójicamente uno de los regalos que los servidores públicos pueden ofrecerle a la ciudadanía, casi siempre esquivos a la hora de servir a la sociedad.