Tras la declaratoria de fase II, la sociedad rápidamente se ha organizado como buenamente ha podido. Sin facilidades económicas para pymes y autónomos, el gobierno federal conmina a cerrar negocios a condición de no despedir a trabajadores a los que se deben seguir pagando sueldos.

La iniciativa no carece de buena intención pero se antoja difícil que un empresario que no recibe dinero por su actividad pueda repartirlo entre quienes tampoco hacen nada porque no hay demanda. En todo caso, esos subsidios, solidarios y necesarios, corresponden al gobierno federal.

Resulta una negligencia y una irresponsabilidad que cuando el gobierno debe hacer frente a una emergencia se haga de la vista gorda y señala a quienes asisten al hundimiento de su trabajo. No importan los cientos de miles de mexicanos que ya han perdido y perderán su trabajo, lo relevante es el tren maya, la refinería de Dos bocas y el aeropuerto de Santa Lucía, ni siquiera adornos en la actual tesitura. Las previsiones son devastadoras.

En estas circunstancias hay poblaciones más vulnerables que otras. Por ejemplo, en Acapulco las persianas cerradas paralizan todo el proceso económico hasta perder completamente el pulso. Una ciudad que vive en exclusiva del turismo no puede enfrentar las consecuencias derivadas de la pandemia. Hoteles desiertos, restaurantes vacíos, comercios abandonados. No es sólo que la instantánea recuerde a un escenario de guerra, sino que los resultados son en estricto sentido bélicos. Sin nada que llevarse a la boca, sin posibilidad de transitar con lo mínimo cada día, sin oportunidad de acceder a lo básico, todo abona para el desorden y la revuelta social.

El gobierno del estado cuenta con recursos limitados para paliar la contingencia, apenas 200 millones de pesos. Es obligación del gobierno federal apoyar a los acapulqueños, y a todos los guerrerenses, por ejemplo, pero todo indica que es la menor de sus inquietudes.

Estas coyunturas en México se desgastan rápidamente. Con lo básico pueden aguantarse unas semanas en casa, pero si se carece de lo necesario no hay posibilidad alguna de quedarse en casa. El gobierno está jugando con fuego a punto de prender. No es alarmismo, únicamente reconocimiento de la evidencia. En Italia, sociedad más preparada que la mexicana, ya han estallado las revueltas sociales.

México no puede perder más tiempo. Urge que el gobierno federal en colaboración con los gobiernos estatales prepare paquetes económicos que alivien la presión fiscal sobre las empresas y negocios, que apoyen a los que menos tienen y que se encuentran en circunstancias vulnerables, que se palíe el empobrecimiento acelerado. Responsabilidad de los tres niveles de gobierno, parece inaplazable la adopción de directrices claras y contundentes para enfrentar la crisis sanitaria, económica y humana que se recorta en un horizonte inmediato. Ya no hay tiempo. El llamado a tregua de López Obrador, a la oposición y, según entiendo, al expresidente Felipe Calderón es significativo. Dejando a un lado las diferencias y discrepancias, la unidad se impone como recurso imprescindible. En la actual crisis o salimos todos adelante o no sale nadie. Pero los políticos son quienes tienen que dar ejemplo y situar a los mexicanos como prioridad, para eso los pusimos donde están.

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