Jano era ese personaje mitológico que tenía dos caras. Algo parecido sucede con Marcelo Ebrard.
La ambigüedad preside la cláusula: no se sabe si ese una cara, la que está “tras” es “después” o
“en persecución de”. En el primer caso, implica que Marcelo Ebrard ha dejado de buscar la candidatura a la presidencia; en el segundo, que el canciller se suma a la estupidez generalizada para recibir la candidatura. En ambos, Ebrard figura como posible receptor del dedazo presidencial. Por todo y ante todo, hoy pase lo que pase es imposible una designación.
De momento, Ebrard como siempre es el mejor cómplice de López Obrador dentro del gabinete. Quizás hace unos meses, la ambición del secretario de Relaciones Exteriores, en particular cuando relató épicamente el periplo del presunto narco Evo Morales a nuestro país, desbordó por todas partes ocasionando de manera discreta un relativo distanciamiento entre éste y el Presidente. Pero ese distanciamiento fue sólo apariencia, puesto que Ebrard además de las competencias de su cargo, se ocupa también de responsabilidades de otras Secretarías, como la de Gobernación y Economía. El canciller es lo más parecido a un súper secretario. Sin embargo, ni su desempeño al frente de su secretaría, ni en las atribuciones de las otras dos, le aseguran la anhelada candidatura. Tiene una rival muy seria en Claudia Sheinbaum, moldeada hasta los últimos detalles por López Obrador. Tras un desempeño poco acertado como jefa de Gobierno de la Ciudad de México, su actuación decidida y eficiente en contra del coronavirus la ha rescatado como figura a tener en cuenta.
Sheinbaum destaca por su lealtad sin fisuras al Presidente. Marcelo Ebrard, más inquieto, sobresale por una eficiencia no siempre ajustada a la fidelidad a López Obrador. Con todo, desde que irrumpió la pandemia ha mostrado su talante más mesurado y prudente, poniéndose al servicio del Presidente en todo momento. Parece haber dejado la ansiedad que le llevaba a aprovechar cualquier oportunidad para acaparar las luces, optando por un segundo lugar en que se urden las lealtades más persistentes. Ecuánime, abandona cualquier pretexto para situarse como futuro candidato. Su trabajo discreto y eficiente al servicio de la causa presidencial quizás sea su mejor pasaporte para su ambición, la candidatura presidencial.
Marcelo Ebrard no ha cambiado su objetivo, pero sí su estrategia. Sin levantar olas, se sitúa junto a López Obrador quien, en el otro lado, tiene a Claudia Scheinbaum. El canciller es consciente de que la lealtad y no necesariamente la competencia le abrirá las puertas a la candidatura en el 24. El ejemplo lo tiene en la jefa de Gobierno. Lo que no está tan claro es que la sumisión antes que la lealtad a López Obrador, que es lo que quiere, sea lo mejor para el país. Y mucho menos en las actuales circunstancias. Cada quien juega sus cartas como puede o quiere. Ebrard está en la partida.