Todo indica que Andrés Manuel López Obrador sufre una severa afección, pero los síntomas no son del coronavirus o, según el Presidente, del Coronavirus, a quien recibirá convenientemente en el momento en que comparezca porque ya está preparado. Es algo más pero menos visible, definitivo pero apenas advertido, progresivo sin oportunidad de remisión. El síntoma es la rifa del avión presidencial que no es presidencial. El diagnóstico, una dolencia severa y acusada de orden moral. López Obrador no se limita a ningunear a los ciudadanos, sino que los humilla al convertirlos en los payasos de su circo. La evidencia es que López Obrador extravió la razón y que su envergadura de estadista se limita a ocurrencias nocturnas que formula en las mañanas. No es un visionario, sólo un insomne; no es un clarividente, sino un nictálope. Su ámbito intelectual más familiar se levanta sobre bufonadas, payasadas, torpezas. Todo bien trabado en el molcajete de la demagogia. La rifa del avión que pertenece a la República Federal de México y no al Presidente, exhibe a un paciente postrado por la melancolía, atrapado por el humor negro que no lo mixtifica siquiera como anacronismo.

Las carcajadas cómplices que provocan sus simplezas, a escasa distancia desnudan al individuo impotente, incapaz, incompetente; desvelan la imagen grotesca del histrión; exponen el semblante grosero del perverso. La rifa oculta lo que no debería: la incapacidad de López Obrador para cumplir una promesa absurda cuya absurda solución vuelve a recaer en los mexicanos. Andrés Manuel no ha vendido el avión presidencia l porque no ha sabido venderlo. Ahora parece que tampoco sabe rifarlo. Ya no habrá un ganador, sino varios, que se repartirán las partes de la aeronave. Ya no le basta con dividir a la sociedad, ahora necesita confrontar a los ganadores de la rifa. Si se suman las cifras del costo del mantenimiento del avión a cargo del erario, inutilizado durante un año en un aeródromo en Estados Unidos, así como la venta de boletos, las cifras parecen disparatadas. La venta del avión es ya un fracaso estrepitoso; el costo del mantenimiento, un fraude promovido por el gobierno; la farsa de la rifa, un insulto dirigido al pueblo. Al final, el saldo es elocuente: todo es mentira debidamente financiado por los impuestos de los ciudadanos. El populismo es muy caro, pero eso no importa a los populistas. El dinero público no es de nadie; todo un avance porque antes era de los neoliberales. A la 4T le conviene que no sea de nadie porque así nadie sabe a dónde va. Hay quien todavía defiende lo indefendible. Quizás esta ceguera explique encuestas como la del Financiero en que López Obrador tiene un respaldo del 71% de los ciudadanos, pero su administración reprueba en casi todos los rubros. En consecuencia, los numeritos circenses se premian mejor que un buen desempeño de gobierno.

Con todo, la ocurrencia de la rifa expone a un presidente enfermo, a unos ciudadanos desorientados, a una prensa perpleja, a una oposición extraviada. López Obrador está bien situado según las encuestas, pero el país está muy mal sin necesidad de encuestas. No se antoja que México vaya a mejorar, pero todo indica que Andrés Manuel empeorará. La cuestión es saber gobernar, solucionar los problemas de los ciudadanos y no apostar a que estos los resuelvan. Lo que entonces suceda no se dirimirá en una rifa, pero el premio se repartirá entre todos.

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