Ante el destape de diferentes candidatos a la presidencia de la República por parte de Morena, quizás convengan algunas reflexiones sobre los partidos políticos. Parece evidente la decadencia de la democracia en gran parte de Occidente. Esta decadencia se antoja inseparable de la de los partidos políticos. La partitocracia, verdadero régimen que opera como sucedáneo de la democracia, es en buena parte responsable del declive actual.
Los partidos políticos, surgidos como cauce para expresar la pluralidad de la sociedad, en algún momento decidieron echar el candado para apoderarse en excluiva de la democracia. PRI, PAN, Morena, PRD, MC se presentan como opciones políticas a condición de serlo en exclusiva. El uso patrimonialista de la democracia explica los obstáculos que los propios partidos imponen para la creación de nuevas alternativas. La paradoja salta a la vista. Bajo la impresión de que un partido político es democrático, se limita la democracia a la hora de proponer nuevos partidos.
En realidad, los partidos políticos mexicanos sólo están preocupados en sus intereses entre los que no se encuentra precisamente la democracia. La apariencia de democracia se apoderó de la democracia. En realidad, hay algo equiparable a un secuestro de la democracia por parte de quienes no sólo se han beneficiado de ella sino que deberían de velar por su salud. Sucede todo lo contrario. La partitocracia es causa decisiva para la decadencia de la democracia mexicana.
Frente a este panorama desalentador, parecería una opción las candidaturas independientes. Sin embargo, la experiencia muestra que fue una concesión bajo la apariencia de democracia abocada al fracaso. Los requisitos que exige una candidatura independiente son tan extraordinarios que los partidos aseguran su inviabilidad. Concesión a la galería sobre el supuesto de su inoperancia. Esta figura exhibe la manipulación a la que proceden los partidos políticos hacia todo lo que atenta contra sus intereses. Una candidatura independiente carece de posibilidades reales para competir con los partidos políticos debido a las condiciones que debe cumplimentar. Pero los partidos pueden decir que favorecieron esta figura como expresión del reclamo de la sociedad.
Frente a este escenario, los partidos políticos deberían refundarse ateniéndose estrictamente a un principio democrático. La democracia está en crisis porque los partidos la han situado en esta posición. Si se quiere una mejor democracia es imperativo que también mejoren los partidos políticos. El 2018 no tuvo mayores consecuencias en los institutos políticos que siguieron administrados por una dirigencia incapaz de entender que era la hora de su retirada. La evidencia expone lo que son en realidad: empresas al servicio de unos pocos. Eso explica que en un momento en que López Obrador ha detonado la sucesión presidencial en su partido, la oposición se encuentre chiflando en la loma.
La oposición debería de hacer oposición, en lugar de aparentar que la hace. La inacción, la carencia de objetivos, la falta de programa generarán más desconfianza hacia el 2024 no ya hacia los partidos sino hacia la democracia. Urge repensar la democracia mexicana, empezando por refundar unos partidos políticos que la traicionan a cada oportunidad. No es de recibo que en los partidos de oposición no haya nombres que despirten cierto entusiasmo como posibles candidatos.