El debate entre Donad Trump y Joe Biden no fue un debate, sino una reyerta. Trump otorgó temperatura a la discusión desde el primer momento: “Joe, llevas la mascarilla más grande que he visto en la vida”. Lo que sucedió luego es inédito en la historia de estos eventos en Estados Unidos. Biden calificó a su contrincante de “payaso”, “mentiroso”, sin reparar en ningún momento en la investidura presidencial. Trump trataba de rematar una faena esquiva acusando al demócrata de que su hijo se había enriquecido del gobierno ucraniano cuando era vicepresidente de Obama. Biden por un rato pareció despertar de ese sueño en que lleva varios años instalado, como si por una vez la pelea por la candidatura presidencial fuera una cosa en la que está implicado. Trump, como siempre, acosó al adversario que se resistía a ceder ante su oponente. El debate sobre propuestas y programas, ideas y proyectos, se circunscribió a una trifulca de cantina para ver quién llevaba la voz cantante, quién gritaba más, quién era el más hombrecito. Los modales de Biden contrastaban con sus palabras, los modales y las palabras de Trump eran previsibles. Las interrupciones de éste, continuas y cansinas, crisparon el ambiente. Ya no era importante lo que tenían que decir al ciudadano, lo relevante era quien se hacía con la palabra para luego no decir nada. El debate consistió en arrebatarse la palabra no como vehículo sino con fin.
El espectáculo exhibió a dos individuos dispuestos a todo excepto para lo que habían sido convocados. Sin educación ni respeto, sin cortesía ni elegancia, el debate se convirtió en lo que es hoy la política no sólo en el país vecino. Al recinto subieron los adversarios con un país enfrentado, dividido, enconado. No fueron capaces de disipar por un momento esa atmósfera densa en la que Estados Unidos lleva instalado varios años. Lo importante ya no era el país, ni su situación, sino una lucha de facciones que han renunciado a que la democracia sea una forma civilizada de dirimir diferencias. No es sólo la política estadounidense, sino la nueva manera de hacer política que carece de precedentes. Sin propuestas ante las preguntas del moderador, menos esperable era que hubiese respuestas. Una gran parafernalia en que nadie dijo nada, en que ambos evadieron cuestionamientos, en que evitaron por todos los medios defender con decisión sus posturas y sus convicciones. No parece que en el fondo buscaran refutar a su oponente. Parece más bien que se dirigían al electorado, tratando de no deslizarse en falso.
La política está cambiando, pero no para bien de la democracia. Las mentiras, las medias verdades, las falsedades irrumpieron como repuestos de una realidad a la que se someten los ciudadanos diariamente. Trump fue Trump, pero Biden fue otra cosa, una especie de Trump a la demócrata. No hubo el más mínimo entendimiento, ni la mínima concesión al otro, tan sólo un reafirmarse con obcecación en consignas, estrategias y lemas. Unas encuestan dan vencedor a Biden, otras a Trump, pero ayer perdió la democracia como ese sistema que busca solventar las diferencias mediante la palabra y que por medio de la palabra es capaz de llegar a acuerdos que beneficien al mayor número de personas. Lo del otro día fue una batalla exclusivamente por el poder, en donde los ciudadanos son considerados como integrantes de dos ejércitos que en lugar de construir la paz caminan con decisión hacia la guerra.