Bolivia

antes de Evo era una sucursal más de los norteamericanos en Latinoamérica, un cajero automático de intereses políticos y económicos. Evo llegó a reivindicar a un pueblo mayoritariamente indígena que había sido ignorado, sobajado y abusado desde el poder. El triunfo de Evo y su gobierno, en su momento no sólo fue simbólico, sino profundo: comenzó a gobernar para el pueblo y para los intereses de Bolivia y no de los gringos; inició una verdadera revolución desde el poder, cambiaron radicalmente y positivamente todos los indicadores de bienestar. Después de las dos reelecciones que encontraron “explicación” en la constitución, la vieja y la nueva, a Evo lo atrapó el poder, hizo todo por aferrarse a la silla, consultas, nuevas reformas a la constitución y hasta fraude electoral.

Evo pudo pasar a la historia como el mejor presidente de Bolivia, un referente ético e histórico para un país que soñó con ser grande. Pero él, embriagado de poder, le abrió la puerta al descontento y a la rabia social. Atrajo la amenaza del golpe de estado, el resentimiento de los poderes fácticos. La ceguera de Evo lo sacó atrás y a obscuras. La bruja se trató de chupar a Evo y Evo entregó al pueblo, lo mando a la represión, el sometimiento, del estado de excepción. Ahora Bolivia tratará de buscar de nuevo su camino, algo que se ve muy difícil.

La tragedia del ex presidente de Bolivia es la de Latinoamérica. Tras unos periodos esperanzadores, pudo más la ambición personal que el servicio a su patria. Poco antes de anunciar su renuncia, resultaba chocante oírlo exclamar que no se había robado nada. Quizás sea verdad, sólo que se había adueñado de los resortes democráticos y constitucionales para perpetuarse en el poder. A escala, la manipulación de las instituciones democráticas resultó una amenaza tan grave para el estado de derecho como una asonada militar. Más interesante es la demagogia del gobierno mexicano para ofrecerle asilo político. No hubo en rigor golpe de estado por parte de los militares. Hubo un golpe de estado por parte de Evo Morales al tergiversar los resultados de las últimas elecciones, como hubo manipulación cuando modificó la constitución para reelegirse. Sin embargo, el aparato de Morena se ha despachado con unos disparates dignos de integrar cualquier antología. Claudia Scheimbaum comparaba el orden constitucional de Bolivia con el de Alemania; Martí Bartres argumentó que a Evo Morales lo echaron por ser indígena, moreno y de izquierdas. Dejando a un lado la ignorancia y estulticia de la Jefa de Gobierno y de Bartres, hay que decir que quien echó al ex presidente de Bolivia fue el pueblo bueno, aunque ahora para los de MORENA sea únicamente el pueblo o el pueblo que no es el pueblo. A Evo Morales lo desalojaron del poder los bolivianos por querer perpetuarse.

El gobierno de México ya no puede disimular su incompetencia. Tras el culiacanazo, la tragedia de la familia LeBarón, las declaraciones in fraganti de Sánchez Cordero avalando los cinco años de Bonilla como gobernador, nada mejor que la alharaca montada en torno a un dictador blando como Evo Morales. En realidad, lo mismo que expulsó al boliviano de la silla presidencial es lo que Sánchez Cordero legitimaba en su conversación con Bonilla. A lo mejor el gobierno de López Obrador quiere a Morales en México para que le transmita sus experiencias de cómo se manipula y retuerce la constitución y el estado de derecho.

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