Las encuestas deberían de estar al servicio de los ciudadanos, deberían de informar las preferencias de los votantes, deberían de ofrecer una radiografía más o menos precisa de la aceptación de los candidatos. Sería interesante que las auscultaciones no se desviaran de su objeto, incluso lo sería que intentaran cumplir con su cometido. No desmerecería a las casas encuestadoras que los servicios que ofrecen en sus páginas realmente los cumplieran. Los reclamos a los que las sometemos se reducirían si, en efecto, actuaran acordes con los servicios ofertados. Claro, hay de empresas encuestadoras a empresas encuestadoras. En tiempo de elecciones, se multiplican como hongos. No es fácil saber cuáles son fiables y cuáles no. De repente irrumpen empresas con nombres parecidos que difieren en el segundo si son compuestos o en una vocal si son sencillos. Las casas encuestadoras y los encuestadores pueblan la geografía nacional. Cada candidato tiene uno o dos o tres; cada partido, diez o quince o veinte. Cada encuestadora le dice a su candidato, a ese que le paga por levantarla, lo que quiere oír. Una encuestadora, salvo excepciones, es un poco como la esposa del candidato o el marido de la candidata, le dice lo que el candidato o la candidata esperan. No importa que la calle perfile sus preferencias. La casa encuestadora siempre aportará datos para complacer al candidato o candidata. Las encuestas de algunas empresas se parecen a una mascota de compañía, nunca se separan del candidato o candidata: les hacen compañía, los lamen, pero también muerden si por casualidad alguien expone al candidato o candidata. Lo importante no son ya las encuestas, y mucho menos la opinión de la ciudadanía. Lo importante, lo único importante, es el candidato o candidata que paga. Las encuestadoras se deben a su amo ocasional. La fidelidad se la gana la cuenta corriente. El trabajo bien hecho se lo dejan para casas encuestadoras-encuestadoras. Las empresas encuestadoras parecen pensar que nada está hecho hasta que está hecho del todo. Pero eso ya no es asunto de las encuestadoras, sino de los votos que recibirá el candidato o candidata. Entonces ya no será nada, porque las encuestadoras desaparecerán con la misma celeridad con que aparecieron. El día después de las elecciones, el candidato o la candidata voltearán a derecha e izquierda esperando el arrumaco de la mascota, pero sólo encontrará la realidad de los votos que sorprendentemente nada tendrán que ver con los guarismos devotamente recogidos.

Las encuestas en esta temporada están en no pocas ocasiones al servicio de la propaganda. Buscan situar a un candidato a contrapelo de su posicionamiento real confiando en un efecto de arrastre. Pero pocas veces sucede. Lo que debería ser una estimación relativamente objetiva que ayude a los candidatos, se transforma en un instrumento que opera en su contra. Llega un momento en que el ciudadano no sabe cuál es la estimación real de determinado candidato o candidata. Las encuestas se vuelven contra las encuestas para invalidar la objetividad de los datos recabados. La desconfianza se extiende no ya hacia las empresas encuestadoras que tergiversan la información, sino a todas las casas encuestadoras. Mezclar propaganda con encuesta tiene estas consecuencias. De manera que, salvo en casos solventes, no informan de nada que no sea aquello que desea el candidato o la candidata.

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