Un recuerdo más. El viento moderado aglomera por momentos una nubosidad que encapota parcialmente el cielo. El calor no cede. La tierra, pétrea, se resiste a la cuchilla. La indocilidad capitula ante la obstinación. A lo lejos diviso a mis primos volcados sobre los surcos recién abiertos, apilando cantos y pedruscos. Más acá, hay quien comienza a sembrar. Se dibujan figuras inclinadas con fervor sobre la matriz terrosa depositando devotamente la semiente. El arrobamiento no está reñido con la agilidad. Con un pie cubren las semillas. Uno no sabe si siembran o rezan. Quizás las dos cosas porque la tierra es también madre generosa que cuida a sus hijos, así los hijos con su madre. Me acerco a tío Maurilio para saber si desea algo más o ya voy con mis primos. Me dice que vaya con ellos, que les ayude. La mañana discurre entre el trabajo y las bromas infaltables, infantiles, inocentes. Uno no sabe cuando perdió o se fue la inocencia. Sabe que la perdió o que la abandonó porque ya no es el mismo. Inocencia es una palabra curiosa, no se define por sí misma, sino por lo que no es. Un término decisivo en la vida de cada uno. La pérdida de la inocencia es una orfandad. A lo mejor nuestros recuerdos más perdurables sean aquellos asociados con la etapa de la inocencia, a los que nos aferramos como sucedáneo de una pureza a la que ya nunca regresaremos, algo parecido a un destierro definitivo y a una edad clausurada, vedado para siempre pero siempre evocado. El regreso imposible a quienes fuimos alguna vez. La pérdida de la inocencia es una desposesión radical y extrema. Luego viene todo lo demás, pero nada semejante a ese entonces.

Los guerrerenses somos gente trabajadora, abnegada, sacrificada. El compromiso que hemos adquirido con la vida parece desaparecer cuando llega el momento de decidir nuestro futuro, como si no importara quién gobierna el Estado o el municipio, como si esa decisión no fuera con nosotros. No pocas veces nos lamentamos de este o aquel gobernador o alcalde o diputado, pero a la hora de la verdad optamos por dejar las cosas como están, para volver a nuestra rutina que nada espera del futuro. Sin embargo, está en nuestra mano, en nuestro voto decidir el porvenir. Ya tenemos demasiada experiencia en palabras vacías de significado, de contenido, de sentido. Esas mismas palabras a las que nos enfrentamos en este periodo. No son las palabras ni los discursos los que construyen el futuro. Son las acciones. Sólo las palabras que sustentan acciones nos aseguran ese futuro al que aspiramos. El asunto no es menor. Ante la oferta de candidatos de todos los colores y de todos los partidos, deberíamos elegir a quienes ya han demostrado su compromiso con nuestra tierra, nuestras ciudades y nuestra gente. La acción por delante de las palabras. Pocos son los candidatos que quedan después de esta primera selección, pero son ellos en exclusiva quienes pueden mejorar nuestro Estado, nuestros municipios, nuestros pueblos.

Tenemos la oportunidad de enderezar nuestro porvenir en las próximas elecciones de junio. Estamos obligados a elegir bien. Pocos garantizan nuestras expectativas. Conviene pensar bien el voto, conviene votar por quienes ya han demostrado su generosidad.

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