La actitud del Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, la semana pasada es indicativa de la alta consideración que se tiene. Todavía no entiende que su investidura representa a todo el sistema judicial y no a él mismo. No comprende que una cosa es ser Presidente de la SCJN y otra Arturo Zaldívar, aunque en esta ocasión coincidan. Parte de sus obligaciones como Presidente reside en resistir las presiones de los otros poderes para salvaguardar la independencia del suyo. La independencia del poder judicial como la libertad se conquistan cada día. No es noticia que cada poder pretenda interferir en los otros; sí lo es que al flamante Presidente de la SCJN le parezca elegante publicitarlo en todos los medios de comunicación, con el pretexto pueril de acercarse al pueblo. Tampoco es novedad que Olga Sánchez Cordero se haya subido a las denuncias, cuando todavía debe aclarar las presiones que ejerció sobre sus compañeros para colocar a toda su parentela. Por lo visto, para la señora hay presiones y presiones: las suyas están muy bien; las de los otros, muy mal. Con todo, el estrafalario carrusel de Zaldívar merece unos comentarios.

Cada poder tiene características y limitaciones propias. La justicia es ciega para asegurar la igualdad en su administración. La ceguera de la justicia implica que de la misma manera que el juez no debe tener conocimiento personal de aquellos a los que juzga, tampoco conviene que éstos lo conozcan. La justicia es sobria, adusta y discreta. En esta administración, se antoja que ve más de lo aconsejable atendiendo al caso de Rosario Robles o a los amparos del aeropuerto de Santa Lucía. Zaldívar se equivoca intentando reproducir los baños de multitudes de López Obrador, porque es juez y no político. No está en su cargo ni en su muy buen sueldo hacerse el simpático o el interesante, sino impartir justicia. Confundir las competencias delata a un señor que ignora los rudimentos más elementales de su tarea. Lo que opine Arturo Zaldívar sobre el México actual a la mayoría nos importa un pimiento. Sólo nos interesa que imparta justicia con rigor, apegado a la legalidad, y defienda su independencia. Un ministro habla con sus sentencias y esa es la única voz que debe importar. Con el desparpajo del oportunista, el Presidente de la SCJN se pronuncia a favor de la 4T. A nadie le incumben los gustos personales del señor ministro aunque no lo crea. Cuando acusó, coreado por la agencia de colocación familiar Sánchez & Cordero, al expresidente Felipe Calderón, lo hizo sin pruebas. Si el Presidente de la SCJN acusa sin pruebas está violando un principio fundamental del derecho, lo que a primera vista permite conjeturar que llegó al puesto por presiones del Ejecutivo y no por competencia profesional. Al parecer, en la SCJN hay presiones de primera y de segunda.

No sorprende que Andrés Manuel haya dicho que Zaldívar es probo y honesto, pero su opinión en este asunto como en tantos otros es absolutamente trivial. Lo único relevante es que Zaldívar dignifique su cargo con su actuación profesional. Sucede que, a lo mejor, López Obrador está preparando el fallo de la Suprema Corte a favor de la ley Bonilla. En este caso Zaldívar y Sánchez Cordero no presionarán a sus colegas y excolegas de la Suprema Corte, sino que se apegarán a Derecho mediante presiones apegadas a Derecho. Zaldívar ha enterrado a Montesquieu, López Obrador aplaude el Estado de Derecho y Sánchez Cordero les hace la ola.

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