Un recuerdo. De madrugada, me dirijo con mi tío Maurilio a su terruño. Me acompañan mis primos Adrián, Martín por sobrenombre Maita quién sabe porqué, Gil y Antero. Los perros ladran a nuestro paso. En bizarra procesión, mi tío saluda a los vecinos que salen a nuestro encuentro o con los que nos cruzamos. La polvareda que levantamos asemeja al de una recua de mulas. Su atuendo de faena -huaraches, pantalón y camisa blancos de manta, tocado con el característico sombrero de palma de sesenta vueltas tejido en Tlapehuala- no oculta el respeto que despierta, al contrario. Cotidianamente aquellos con quienes se topa tío Maurilio, vestidos con ropa parecida, se quitan el sombrero a su paso o le piden un consejo o un favor o comentan con discreción una anécdota cualquiera. Mi tío guarda en todo momento la compostura, no pierde el gesto grave y adusto, a no ser un amago de sonrisa en esa cara quemada por el sol; escrupulosamente rasurado, como si se hubiese bañado y arreglado mucho antes del amanecer; atildado a conciencia, como adolescente que ronda a su muchacha. La autoridad nacida del respeto ganado día con día, la deferencia debida a quien cada madrugada se levanta de la cama, se calza los huaraches, se enfunda el pantalón y la camisa, se cala el sombrero y sale al campo. La mansedumbre de la rutina acrisola el carácter y forja el temperamento. La rutina es también una querencia, cuando la voluntad transformada en instinto se deja llevar, al obedecer a lo naturalmente aceptado hasta constituirse en otra piel. La rutina usurpa la voluntad a condición de suspenderla, a cambio de reemplazarla. El apego a la costumbre acredita un temperamento cabal. Luego, los hechos y las palabras otorgan a su portador respeto y autoridad. No es tanto la lealtad a la comunidad, como a uno mismo y a su familia que se hace merecedora del reconocimiento de los demás.
Guerrero elige este año a un nuevo gobernador y Acapulco a un nuevo alcalde. Los guerrerenses somos personas de trabajo, respetuosas de nuestras costumbres y tradiciones. No importan las adversidades, siempre nos sobreponemos. Este carácter también debiera traducirse en el voto. No nos conviene elegir a oportunistas, candidatos circunstanciales, prospectos advenedizos. Parece necesario dirigir nuestro voto hacia nuestros iguales, hacia aquellos guerrerenses que demuestran día a día que son nuestros semejantes. No sólo necesitamos representantes políticos sino también que encarnen nuestro carácter y temperamento, nuestras tradiciones y costumbres, que sean en efecto guerrerenses. Iguales a nosotros, nuestros iguales. Quizás sea el momento de mostrar nuestra adhesión a aquellos que en silencio y con discreción han trabajado por el bienestar de nuestros pueblos, nuestras comunidades, nuestras familias. A la mejor es la oportunidad de que quienes desinteresadamente han contribuido a la mejora de la sociedad desde un lugar secundario, ocupen ahora un espacio decisivo para que el trabajo realizado se transforme en política pública. No hay mejor candidato que quien ya demostró su preocupación por los ciudadanos, no hay mejor candidato que quien llega con pruebas de entrega y generosidad a los demás. No son momentos para oportunistas. Es el momento para que los guerrerenses elijamos a verdaderos guerrerenses.