Apenas se ha expandido el coronavirus en México. No está contenido sino latente. Es previsible que en unos días más se multiplique el número de infectados. Las marchas de este fin de semana podrían ser un foco de infección. El tiempo lo dirá. Desde luego no es en absoluto una crítica a esas marchas que he apoyado convencido de que eran justas y necesarias. En todo caso es una crítica al Gobierno que, en lugar de advertir el riesgo de las movilizaciones asociado con el virus, prefirió censurar la libertad de expresión. Todo indica sin embargo que la epidemia se desatará en nuestro país. No es alarmismo sino evidencia de la realidad. Europa avisa de lo que puede suceder: Italia con 3 mil infectados; España, 2 mil; Francia 1,700; Alemania, cifra parecida. En estos países, a las medidas sanitarias se ha sumado un paquete económico extremo. La amenaza del coronavirus a la economía europea ofrece un panorama preocupante. Se especula con un detrimento más severo que el de la crisis de 2008 que además no se termina de superar. Los gobiernos en absoluta descoordinación aíslan a la población, como en Italia o en España; se suspenden las clases en todos los niveles; se cancelan los actos públicos; se exhorta a que los trabajadores se queden en sus casas y se les pague aunque no asistan a sus puestos, lo que genera tensiones con las empresas; se pide que los infectados reciban atención en sus domicilios; se impone que los ciudadanos dejen de pagar las hipotecas durante el tiempo que dure la crisis. Lo países que viven del turismo y de la hotelería como España estiman multimillonarias sus pérdidas, se cancelan los trasportes públicos, disminuyen los empleos; etcétera. El pánico generado por la crisis económica es ya mucho más profundo que la del virus mismo.

México guarda semejanzas con España. Una importante derrama económica procede del turismo y de la hotelería, a lo que hay que añadir la actual crisis del petróleo. Siendo estas ya afectaciones significativas, lo peor podría estar por venir. Una sanidad pública desbordada; los comercios limitarán a los clientes; se instará a no acudir a las grandes superficies; se restringirá el transporte público; se cancelarán colegios y universidades, eventos deportivos, políticos y sociales; se prohibirá la libre circulación de individuos y mercancías; etcétera. México no puede afrontar que el Estado se haga cargo de los salarios de los trabajadores, ni atender a los infectados por medio de la sanidad pública, ni evitar que los inversionistas retiren el capital, ni que disminuya el turismo, ni que los restaurantes se queden vacíos. No es descartable una suerte de estado de sitio.

Todas estas repercusiones y las medidas consignadas se aplican ya en Europa. Sin embargo, ante la amenaza, nuestro gobierno parece paralizado. No ha comunicado estrategias para paliar la previsible debacle económica. Da la impresión de que no pasa nada, fuera de reiterar que son una decena los casos detectados y que nuestras instituciones sanitarias están preparadas para afrontar el coronavirus. En esta situación, la prudencia reside en adoptar medidas drásticas. No se trata de lo que sucede hoy sino de lo que podría acontecer mañana. Más tarde que pronto se tendrá la vacuna. De momento, parece inaplazable atender la crisis económica mucho más decisiva en estos momentos que el virus.

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