En unos años, cuando dirijamos la mirada hacia la elección de 2018, nos percataremos que su mayor herencia fue la desaparición del sistema de partidos entonces existente.El proceso electoral de 2018 dinamitó al PRI, PAN y PRD por igual. Un novel partido los hizo pedazos. Lo que hoy caracteriza a los partidos opositores es su fragmentación. En solo un año de gobierno ha quedado clara su debilidad y, en algunos ámbitos, su inexistencia. Los votos alcanzados por AMLO y su coalición en 2018 transformaron la dinámica política en el país. La popularidad presidencial, aunada a sus votos legislativos, le otorgan al partido gobernante una fuerza formidable. Los contrapesos formales e informales son pocos y algunos de ellos, como las calificadoras o los fondos de inversión, carecen de fuerza político-electoral.
El principal problema para los partidos de oposición, sin embargo, no radica en la correlación de fuerzas existente, sino en que su porvenir se augura todavía más desfavorable. Las diversas encuestas nacionales publicadas en días pasados retratan a una oposición con una exigua base ciudadana. El PAN, la oposición más sólida, solo alcanza un tercio de la fuerza de Morena a nivel nacional. En la encuesta más reciente de Buendía y Laredo, PAN y PRI obtienen 15 y 12% de la preferencia efectiva para diputados federales, respectivamente. Morena en cambio obtiene 51% sin contar a sus posibles aliados. Números similares han reportado las encuestas en vivienda de EL UNIVERSAL y de Reforma. Aunque estas cifras cambiarán conforme se acerque la elección, la distancia entre primera y segunda fuerza es tan grande que Morena tiene una alta probabilidad de llevarse el triunfo en la gran mayoría de los 300 distritos electorales.
Una variable que puede atemperar este desenlace es la concentración geográfica de votos por parte de la oposición, como ocurría en la época dorada del PRD. En este sentido, el PAN y Movimiento Ciudadano son los partidos que tienen un alto potencial de convertirse en diques regionales a la hegemonía de Morena. Si logran preservar la primera posición en los estados donde gobiernan, podrían compensar sus pérdidas en el resto del país. La situación es más complicada para el PRI: históricamente ha sido un partido con presencia nacional uniforme. Por esta razón, de mantenerse su fuerza electoral actual, ganaría muy pocos distritos de mayoría.
Además de los pocos votos que recibieron, los comicios de 2018 le heredaron al PAN, PRI y PRD un pésimo posicionamiento. Desde entonces sus negativos han crecido y sus positivos han caído dramáticamente. Previo a la elección, 36% de los mexicanos tenía una opinión positiva de Acción Nacional; hoy solo 22% dice lo mismo. Sus negativos en cambio crecieron de 41 a 53 por ciento durante el mismo periodo. Su balance de opinión (positivos menos negativos) pasó de -5 a -31 en 18 meses, mientras que el balance del PRI transitó de -35 a -47. Por el contrario, Morena disfruta de un balance de opinión envidiable (+39).
Con este posicionamiento tan negativo, la pregunta obligada es si PAN y PRI podrán capitalizar el descontento con la gestión lopezobradorista. Si el descontento con AMLO no encuentra canales partidistas se puede traducir en abstención. Si se traduce en apoyo a partidos con escasa fuerza difícilmente cambiará el resultado de la elección, por lo que serán votos “desperdiciados”. En ambos casos el costo para Morena sería mínimo.
El principal riesgo para la oposición en 2021 es que se fragmente todavía más. Históricamente, los partidos pequeños tienen su mejor desempeño en las elecciones intermedias. Hoy las encuestas ya registran números muy altos para ellos (22% en el estudio de Buendía y Laredo y 20% para Reforma, incluyendo independientes). Si esta tendencia se mantiene, 2021 será una pesadilla para PAN y PRI.