El combate a la desigualdad en México ha cobrado gran relevancia con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia. Cerrar la brecha entre ricos y pobres siempre ha sido parte central del discurso político del hoy mandatario. El lema de “Por el bien de México, primero los pobres” hizo del combate a la desigualdad una bandera político-electoral en primera instancia y luego un principio rector de gobierno.

Una gran interrogante es: ¿por qué no ocurrió antes? En una sociedad con tantas desigualdades, parecería lógico que esta agenda hubiera contado con amplio apoyo desde hace mucho tiempo. Esta aparente contradicción, que no es exclusiva de México, ha sido estudiadad en distintas disciplinas. Aunque las respuestas difieren, la mayoría tiene un denominador común: el nexo entre desigualdad y el respaldo a una agenda redistributiva no es automático.

Quizá, como sugirió Albert Hirschmann décadas atrás, la sociedad tenía una actitud más tolerante hacia la desigualdad porque existía la expectativa de que eventualmente los beneficios del crecimiento económico llegarían a todos (lo que llamó el “efecto del túnel”). Los perdedores eventualmente dejarían esa condición y todos cosecharíamos los beneficios del crecimiento económico. Varias décadas de magro crecimiento probablemente aniquilaron estas expectativas.

El interés en el tema no ha cesado. ¿Por qué los ciudadanos aceptamos la desigualdad económica? ¿Se acepta bajo ciertas condiciones? Estas son algunas de las preguntas que Almas, Cappelen y Tungodden llevan años estudiando y contestan en un artículo próximo a publicarse en el Journal of Political Economy. Estos investigadores de la Escuela Noruega de Economía encuentran que la fuente de la desigualdad es crucial para explicar la tolerancia hacia ella. ¿Los ricos lo son por sus méritos o por la suerte —lo que Warren Buffett ha llamado la “lotería del ovario”?

La investigación encuentra que si el origen de la desigualdad es circunstancial (accidentes de la vida como el hogar en el que nacemos o recibir una herencia), la desigualdad es menos aceptable para las personas. Si, por el contrario, la brecha entre ricos y pobres se debe más al esfuerzo, al trabajo duro, a la meritocracia, las personas están más dispuestas a tolerar la desigualdad. En otras palabras, no todas las desigualdades son injustas.

Como parte de un proyecto más amplio, Fairness Across the World, los investigadores nórdicos realizaron encuestas en 60 países, México incluido, que fueron aplicadas por la organización Gallup (65 mil entrevistas en total). A nivel global, entre las razones más aceptadas para señalar que los ricos no merecen mayores ingresos es que han recibido apoyo familiar (70%) y que son más proclives a realizar actividades ilegales (52%). Los argumentos más aceptados sobre la legitimidad de los mayores ingresos de los ricos son: están más dispuestos a tomar riesgos (57%) y a diferir gratificación (46%). La explicación menos aceptada para justificar sus mayores ingresos son que trabajan más o que tienen más habilidades (32 y 31%). Para los ciudadanos, la suerte más que el mérito es la principal explicación de la brecha entre ricos y pobres. Ello explica por qué la mayoría califica esta brecha como injusta: 69% a nivel global y 59% en México (los datos de las encuestas de Gallup se encuentran en The New York Times, 13 de febrero 2020).

En un contexto como el mexicano, con alta desigualdad, poca movilidad social y abundancia de empresas familiares, importa a qué atribuyen los ciudadanos el origen de la desigualdad. Además de factores mencionados líneas atrás, en México siempre ha existido la sospecha, y la evidencia, de que innumerables fortunas han sido posibles por el cobijo gubernamental. Por ello, como señalara recientemente Carlos Salazar Lomelín, jerarca del Consejo Coordinador Empresarial, los empresarios tienen “un problema importante de imagen y percepción social”. Por esa misma razón, las demandas de mayor redistribución encuentran eco y respaldo entre una población que percibe como injusta la actual distribución del ingreso y la riqueza.

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