De acuerdo a la Real Academia Española, esperanza significa “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. Esta es una de las palabras más importantes del repertorio político que ha acompañado al hoy presidente López Obrador en su carrera. En su época de Jefe de Gobierno denominó a la Ciudad de México como la “ciudad de la esperanza”.

Desde entonces, su énfasis en los desprotegidos puso de manifiesto que acabar con la pobreza era su principal objetivo y que respaldar el proyecto que encabezaba permitiría alcanzar este fin.

Un proyecto de esta naturaleza, solo alcanzable en el largo plazo, requiere mantener viva la esperanza, alimentar las expectativas de forma tal que la población siga creyendo en la posibilidad de arribar a tan trascendente destino. El triunfo en las urnas de López Obrador no puede entenderse sin este componente. Antes de su victoria, en junio de 2018, 47% de los mexicanos pensaba que la economía del país estaría peor al año siguiente. Solo 19% mencionaba que estaría mejor (balance de -28). Un mes después, una vez que la victoria de López Obrador se hizo realidad, la esperanza se manifestó: una mayoría (42%) dijo que el país estaría mejor en un año y solo 21 por ciento señaló lo opuesto (+21). La esperanza alcanzó su punto más alto cuando AMLO ya estaba en el poder: en febrero de 2019, 51% de los mexicanos señaló que el país estaría mejor en lo económico al año siguiente.

El mismo patrón se repite cuando hablamos de la economía personal y familiar. La esperanza de una vida mejor aumentó con la victoria del hoy presidente. Para febrero de 2019, cerca de la mitad de los mexicanos señalaba que su economía familiar sería mejor en un año (balance de +32). Hasta hace unas semanas, quienes señalaban que su economía familiar sería mejor en el futuro representaban 40% de la población. Solo 18% contemplaba un deterioro de sus finanzas familiares (todas estas cifras de confianza del consumidor de Inegi están disponibles en Oraculus.mx).

Las expectativas de un futuro mejor fueron sin duda el combustible detrás de los altos números de aprobación del presidente Ándres Manuel López Obrador.

La crisis del coronavirus, la caída en el precio del petróleo, la devaluación del peso y la inminente recesión económica dinamitan este escenario. Como toda crisis, estas requieren de atención inmediata, en tiempo real, y exigen resultados concretos. La mirada del ciudadano está puesta en el presente y no en el futuro. Es imposible pensar en el mediano y largo plazo cuando día a día se piensa en la posibilidad de quedarse sin empleo e ingreso, o se contempla la posibilidad de enfermar e incluso perder la vida. Más aún, el futuro inmediato luce desolador: pérdida de vidas y de empleos. Con pronósticos de decrecimiento económico que llegan incluso al 7% en 2020, un mejor futuro simplemente no aparece en el menú.

Paradójicamente, la aspiración es regresar al status quo. En comparación con lo que se avecina, el año 2019 es por mucho más atractivo.

En estas condiciones, la administración actual tiene que dirigir sus esfuerzos y el dinero público a paliar los efectos todavía incalculables de estas crisis. Tiene que invertir más y mejor en proteger la salud y los empleos de millones de mexicanos. Más aún, la agenda pública gubernamental tiene que responder todas y cada una de las preocupaciones ciudadanas. Si no lo hiciera, los mexicanos lo interpretarán como insensibilidad e incluso arrogancia, justo las razones por las que le dieron la espalda al PRI en los comicios pasados.

Al cuidar el presente, la administración lopezobradorista también estará cuidando su futuro. Si no le presta atención al momento actual, los votantes castigarán a Morena el año próximo. Ello pondría el proyecto político de Ándres Manuel López Obrador en máximo riesgo.

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