Una constante en las campañas electorales es la movilización del votante. Partidos y candidatos dedican buena parte de su tiempo y recursos a la famosa estrategia de tierra para llevar ciudadanos a las urnas ¿Funciona? Aunque para responder esta pregunta se requieren experimentos a gran escala como se han hecho en otros países (shorturl.at/eltGO), existen otras maneras indirectas de evaluar si la movilización del electorado fue exitosa. Una de ellas consiste en observar el perfil del electorado. Dado que los partidos y candidatos en competencia tienen bases electorales diferentes, deberían movilizar a distintos segmentos de la población. Si la movilización es exitosa deberíamos observar que entre una elección y otra el perfil del electorado se modifica en forma importante. Si el triunfo o derrota de un candidato se debe a la participación electoral, deberíamos observar cambios de una magnitud considerable. Si, además, hay alternancia, los cambios deberían ser evidentes porque la alternancia significa una ruptura con el comportamiento electoral previo. Por ejemplo, Yair Ghitza y Andrew Gelman concluyen que la victoria de Obama en 2008 se debió entre otros factores a que las minorías jóvenes y los afroamericanos acudieron a las urnas en mayor número que en comicios previos (American Journal of Political Science, 2013).
Los datos disponibles en México indican que, en el mejor de los casos, el impacto de la movilización electoral es marginal. A las urnas siempre concurre el mismo tipo de electores. Puede variar el número dependiendo de si la elección es presidencial o intermedia, pero el perfil de los votantes es el mismo: votan más las mujeres que los hombres, votan más las personas mayores de 50 años que los jóvenes entre 18-34, votan más quienes viven en zonas rurales que urbanas. Esto lo sabemos gracias al análisis del perfil de participación que realiza el INE desde 2003. Los datos para la elección presidencial del año pasado se dieron a conocer hace unos días.
En mi opinión lo más relevante es la gran estabilidad en los patrones de participación. De 2003 a la fecha, sin importar si es elección presidencial o intermedia, si triunfó PAN, PRI o Morena, si hubo cambios en la legislación electoral, el perfil de los votantes es el mismo. La razón es que la tasa de participación depende más de factores ajenos a la política, como el empadronamiento casi universal o el ciclo de vida de las personas, que de las estrategias de partidos y candidatos. A diferencia de Estados Unidos, donde el empadronamiento es responsabilidad del individuo y no del Estado --y por ende tiene fuertes distorsiones--, en México prácticamente todos los ciudadanos elegibles (98%) están empadronados y casi todos ellos cuentan con credencial de elector (93%). Por ello, también a diferencia de EU, los partidos no influyen en quién tiene credencial de elector.
El abstencionismo en México se puede explicar también en buena medida por factores no políticos, en especial el ciclo de vida. Al igual que en otros países, las personas con mayor movilidad geográfica, sobre todo los jóvenes, acuden a las urnas en menor proporción que los adultos maduros o mayores. Ello se debe a lo que hace casi 50 años Nie y Verba (Participation in America) llamaron “el problema de arranque” en la vida. Los electores más jóvenes todavía no echan raíces y por ende tienen mayor movilidad laboral y geográfica. El matrimonio implica por lo general un cambio de residencia.
La movilidad geográfica se traduce en una mayor desactualización del padrón: el ciudadano no vive en la dirección (sección, municipio o estado) que aparece en su credencial de elector por lo que los costos de ir a votar se incrementan sustantivamente o resultan en imposibilidad física para hacerlo. En 2018 el INE estimó que aproximadamente 26% de los ciudadanos estaban en esa condición (demanda potencial de solicitudes de credencial, Encuesta Nacional de Verificación Muestral). La mayor abstención se da en los segmentos donde hay una mayor desactualización del padrón: hombres, jóvenes, habitantes de zonas urbanas, etc. Es decir, detrás de la abstención hay un factor administrativo, aunque quienes tienen mayor interés en la política, o afinidad con un partido, tienen más incentivos a superar estas barreras y aun así emitir su voto (en casillas especiales, por ejemplo).
Es obvio que partidos y candidatos creen en el poder de la movilización. Es un área donde pueden tener injerencia. Además, el sentido común indica que la movilización puede influir en el rumbo de una elección, sobre todo si está reñida, por lo que movilizar al electorado es una estrategia dominante para cualquier campaña. Si los datos no arrojan indicios del éxito de estos esfuerzos, es que seguramente estamos frente a un problema de ejecución. Movilizar a millones o cientos de miles de votantes es una tarea titánica que es más fácil prometer que cumplir.