Acompañé los cuerpos de nuestros hermanos Joaquín Mora y Javier Campos en su retorno a la Sierra Tarahumara, de Chihuahua a Cerocahui. Fue una ruta de paz, con una parada en Creel para un acto ecuménico.
Los pueblos por donde pasamos se vistieron de blanco, con banderas y globos. La gente nos esperaba a la entrada de San Rafael, Urique, puerta de salida desde la capital a la sierra. Ahí me avisaron “viene la danza para acompañarlos en el camino”. Nos bajamos a caminar con ellos, bajo un cielo que no dejaba de llorar y con las mujeres y hombres sollozando, abrazando la carroza; había muchos jóvenes. Era la comunidad despidiendo a sus padres.
Más adelante, la gente ya estaba reunida en el templo de Bahuichivo y las campanas empezaron a anunciar la llegada de Joaquín y Javier. Lloraban y caminaron con ellos. Había danzas e incienso, oraciones y cantos, que dignificaban los cuerpos martirizados. Estaban de regreso los padres que se habían llevado. Era una gracia ver tanto amor en el camino.
Más adelante, llegamos a la Ermita de la Virgen, en donde esperaba la gente de Cerocahui y el obispo de la Tarahumara, don Juan Manuel González Sandoval. Bajaron de la carroza los cuerpos y empezaron las danzas. La gente, hombres y mujeres, bailaban tristes. Una mujer me dijo, señalando, “a esa mujer le desaparecieron dos hijas y por el padre Gallo salió adelante”.
A pesar de la lluvia, la gente no quiso detenerse, había mucha fuerza y decisión, y querían llegar caminando y cantando hasta Cerocahui, el pueblo de nuestros hermanos. Al llegar al templo de San Francisco Xavier, las mujeres se encargaron de bajar de la carroza el cuerpo del padre Javier y los hombres el cuerpo del padre Joaquín. Bajo el repique de campanas, llegaban al lugar de donde se los llevaron.
Con absoluto aplomo y mirada firme, el gobernador Tarahumara de Cerocahui se plantó frente a los medios de comunicación para anunciar que íbamos a realizar una ceremonia de desagravio al templo. Habló en su lengua y toda la dignidad de un pueblo se convirtió en palabras: no quedó duda de que, tras la tragedia, estaba surgiendo lo nuevo en estas tierras.
La ceremonia de desagravio y las pautas de la misa de cuerpo presente fueron llevadas por la Mayora, una mujer tarahumara respetada y querida por toda la comunidad. Ella puso su cuerpo para limpiar con incienso la maldad que llevó al asesinato de nuestros hermanos jesuitas.
Primero limpió el lugar donde quedó el cuerpo del padre Javier, a un lado del altar; después limpió el lugar donde quedó el cuerpo de Joaquín, frente al Santísimo, y luego el lugar donde quedó Pedro Palma, frente al altar y al pie del Sagrado Corazón.
Estas comunidades han vivido años en el miedo. Saber que este pueblo ha sido sometido durante décadas, me hizo entender que las danzas y el incienso es la forma silenciosa para resistir a la violencia y sanar el corazón herido por tantas tragedias. Es un grito de dolor que surge desde los pueblos indígenas por el asesinato de sus sacerdotes.
A un mes de su muerte, nos sigue estrujando el vacío que dejaron Javier y Joaquín en la sierra Tarahumara, y por eso seguimos refrendando nuestro caminar con los más pobres y vulnerables, porque nuestra vocación jesuita es ir a donde otros no van.
Asistente del Sector Social del Gobierno de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús.
@Jesuitas_Mexico.
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