Las marchas como parte de la práctica política del país no son cosa nueva. Sirven para mostrar músculo y dejar una huella en el imaginario social que sí puede afectar el resultado electoral.

Las marchas ni son espontáneas, siempre alguien las convoca; ni son gratuitas, cuestan y mucho en directa proporción a los asistentes.

La oposición encabezada por representantes de la sociedad civil como José Woldenberg y Claudio X. González y por políticos como Santiago Creel, el dúctil sobreviviente Alito y Jesús Zambrano, convocaron a la marcha en defensa de la independencia de los órganos electorales y a la voz del “INE no se toca” abarrotaron Paseo de la Reforma con más de 800,000 asistentes, que aunque trataron de ser minimizados por el gobierno (decían ellos 15,000), cimbraron al inquilino del Palacio Nacional al grado de provocar errores en su discurso y reacciones estratégicamente equivocadas, que ha ido corrigiendo contra su voluntad por que la realidad es más necia que todos nosotros.

No obstante, son un acierto a nivel de aceptación popular la mayor parte de las modificaciones que propone la reforma de AMLO, es un error descalificar lo evidente y ponerle adjetivos peyorativos a una manifestación que a todas luces fue ciudadana y generada por un genuino descontento de muchos por la intentona de subordinar al INE al gobierno, vía un cambio constitucional y una reducción de presupuesto y estructura que lo harían inoperante.

Por su parte, AMLO en un dejo de retomar el monopolio de las calles que detentó por decenas de años, convocó tan sólo dos semanas después con motivo de su cuarto informe de gobierno, a la marcha por la transformación en la que logró juntar a 1.2 millones de asistentes y mostró la capacidad del gobierno para operar la tierra, elemento clave para ganar elecciones.

La marcha convocada y encabezada por AMLO, para apoyarse a sí mismo, en efecto contó con más asistentes que la de la oposición. Manifestantes que se trajeron de todo el país, en una muestra más de que Morena le quitó el liderato en operación de tierra al PRI que siempre fue el maestro de este tipo movilizaciones.

Ahora bien, siendo cierto todo lo anterior, ¿realmente en qué cambia la realidad electoral rumbo al 2023 y 2024, principalmente para las elecciones del Estado de México y de la Presidencia de la República?

Me atrevo a decir que prácticamente nada y me explico. La oposición en alianza o sin ella, sigue sin base social y sin eso no va a ganar ninguna de las dos principales elecciones del 2023 y 2024.

La marcha en defensa del INE fue en mucho ciudadana de clase media y alta, en la Ciudad de México, en donde habitamos más de 23 millones de personas, de las cuales de clase media y alta hay al menos un 42% y de clase baja un 58%, por lo que juntar 800,000 manifestantes del perfil A, B y C (un 8% aproximadamente) no es imposible, sobre todo cuando hay una causa ciudadana con la que todos estamos de acuerdo, como es defender la autonomía de los órganos electorales; pero esto no quiere decir que esa sea la intención de voto por un partido de oposición o una alianza.

Por otra parte, el país sigue siendo en un 60% al menos de clase popular (baja) que hoy tiene una clara preferencia por AMLO, quien a nivel nacional es aprobado justo en un 60% lo que muestra claro que, si es tan odiado por las clases alta, media alta y media, tiene un voto duro de más del 90% en la base social, de la cual carece la oposición. Así de simple.

Mientras la oposición carezca de base social y no revierta la opinión negativa que tiene la gente más modesta del PAN y del PRI porque no vieron la desigualdad reducirse por décadas les será muy difícil combatir el discurso de AMLO y sus apoyos sociales, tal vez para el 2030 si empiezan hoy a caminar la calle.

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