Muchos mexicanos no queremos a los gringos. Desde niños nos enseñan que Estados Unidos nos arrebató más de la mitad del territorio, son racistas, se comportan como policías del mundo, han invadido muchos países, sus guerras son muy crueles como la de Vietnam, no respetan a las naciones.
Al mismo tiempo, esos mismos mexicanos disfrutan del modo de vida americano, hay decenas de clubes de fans de los equipos de futbol americano, el super bowl es casi un día de fiesta nacional, las películas gringas, sus actores, sus actrices, sus directores nos encantan, sus modelos son adoradas por millones, su manera de vestir inspira a jóvenes, adultos y viejos, muchos integrantes de las élites científicas y culturales se forman en las universidades de Estados Unidos, incluyendo a la presidenta Claudia Sheinbaum; los millonarios tienen residencias en ese inmenso y bello país, incluyendo los hijos de AMLO, las series mundiales de beisbol apasionan a millones, el charlestón, el jazz, el blues, el rock and roll, la salsa y toda la música gringa han puesto a bailar cantar y enamorarse a decenas de generaciones; el automóvil es el rey de nuestra cultura, toda la tecnología gringa la consumimos hasta la alienación todo el tiempo. Los gadgets embaucan a los chavos y rucos.
Para los antiyanquis de las izquierdas, los Estados Unidos son como las amantes, los aman en privado y los esconden en público.
La famosa frase atribuida a Porfirio Díaz, “Pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de los Estados Unidos”, la tenemos tatuada en el alma.
Los gobernantes han sabido chantajear a los gringos, usando un lenguaje y símbolos antiyanquis, pero siempre alineados con el “mundo libre”.
Es conocido el pasaje del discurso del presidente José López Portillo en Italia, cuando repitió la frase autolacerante de Porfirio Díaz y el primer ministro italiano le contestó: les cambiamos a nuestros vecinos, como Albania, por los Estados Unidos.
Si pudiéramos, cambiaríamos la geografía del planeta para llevarnos nuestro territorio lo más lejos posible de los Estados Unidos, por ejemplo, al Pacífico sur cercano a la Polinesia.
Pero a menos que ocurriera algo como un diluvio universal que nos transportara a otro hemisferio, seremos vecinos de Estados Unidos hasta la eternidad o la desaparición del planeta.
Ni los más delirantes antiyanquis y proyanquis se imaginaron que llegaría a la presidencia de Estados Unidos un personaje siniestro como Donald Trump. Sus delirantes obsesiones contra los mexicanos y todos los migrantes, su demencia racista y toda su patología han colocado a la región, a México en especial y a todo el planeta al borde de la guerra mundial.
No debemos negar que a Claudia Sheinbaum le tocó bailar con el más feo espécimen misógino. Lo que no implica callar ante las respuestas de un nacionalismo aldeano y complicidad con las persecuciones de migrantes.
A lo mejor es tan inviable como mudarnos a Polinesia, sigo considerando proponer la creación de la UNIÓN DE NORTEAMÉRICA. Una región de fronteras abiertas, con libertad total de circulación de mercancías y personas. Con una sola moneda. Con cláusulas de compensación para México. Con libertad sindical. Democracia y libertad en sentido pleno. Derechos humanos para todas las personas, especialmente para las mujeres, los indígenas, las minorías étnicas, de género, garantías para los jóvenes, cuidado para los ancianos. Defensa del Planeta y combate a sus enemigos.