A partir de la creación de las redes sociales y especialmente desde que se han masificado, los usuarios se han vuelto “activistas”; cada vez les resulta más sencillo opinar desde la comodidad del sillón, sin salir al campo.

Las redes brindan una sensación de seguridad y amplificación a las voces de los usuarios, peor aún, dan números que generan “valor agregado” likes, seguidores, retweets, etc., con los cuales, poco a poco pierde peso el conocimiento, el trabajo de campo y el activismo social.

Cada día es más común que cualquier persona con un teléfono “reporte” alguna problemática social y que el alcance de lo contado tenga grandes proporciones. Esto ha resultado muy útil para la rendición de cuentas y la presión a las diferentes autoridades, pero también ha convertido a las redes en un tribunal más sanguinario incluso que el de la santa inquisición.

Por algún motivo, todas aquellas personas que tienen una cuenta en redes sociales son totalmente honestas, comprometidas y educadas, nunca han tenido un exabrupto o han cometido un error, en resumen, son totalmente impolutos.

Esta superioridad moral ha dado el derecho a juzgar a otros y exigir que caiga todo el peso de la ley de redes sociales en quienes no son como ellos, les da incluso la facultad de dar a conocer sus datos personales, poniendo en riesgo la seguridad del “acusado” y de la gente que le importa.

Al final del día, la justicia está servida, el trending topic cambia, el tribunal tiene un nuevo caso y poco importa el daño que se le haya generado al enjuiciado del día anterior.

En semanas pasadas vi dos casos que personalmente me llamaron la atención; el primero, una mujer que no quería dejar a su hija pequeña sola en el coche, pero las reglas del establecimiento no permitían que la menor ingresara, de ninguna forma voy a justificar la actitud altanera, grosera y humillante que la mujer tuvo.

Pero ¿acaso los jurados de redes no actuaron igual? ¿Con soberbia, desprecio, violencia y humillación? ¿Qué los justifica a ellos para actuar de la misma forma? Las y los jueces fueron implacables, la sentencia: una madre soltera perdió su trabajo. ¿Habrá sido proporcional el “castigo”?

El otro caso fue el del Embajador de Estados Unidos en México, un hombre con el poder que el puesto le confiere, con gran impacto en redes por la influencia y seguidores que tiene, ha sabido ganarse a muchos a través de su cuenta de Twitter.

En días pasados, una estudiante osó escribir un comentario, redactado de forma respetuosa, que al Embajador no le pareció, éste en lugar de dejarlo pasar, decidió contestarle de una forma pasivo agresiva, con la cual impulso el enojo de muchos de sus seguidores, despertando una vez más esas mujeres y hombres impolutos que decidieron ajusticiar a una joven por haber expuesto su opinión.

Fueron tales los ataques que la joven decidió volver privada su cuenta e intentar con esto terminar con el tema, pero el Embajador y sus seguidores no iban a cerrar tan fácil el juicio. Él siguió alimentando la persecución, compartiendo una y otra vez las fotos del comentario. No les importó acosar a una estudiante que únicamente había expresado su opinión.

Pareciera que el jurado de las redes tiene derecho a violentar a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos, para demostrar la superioridad moral que tienen en su activismo de sillón.

Las redes han creado un tribunal en el que cualquiera puede ser víctima, generando una falsa sensación de poder y, peor aún, de superioridad. El daño puede ser irreversible, ojalá todos aquellos que navegamos en estas redes y sobre todo aquellos que tienen más influencia, lo pudiéramos hacer con responsabilidad, respeto, así como empatía para generar un mejor México.

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