Dado que marzo es una pauta que nos lleva a reflexionar sobre las diversas situaciones que viven las mujeres, no está de más recordar que el día ocho es una fecha para revisar en qué se ha avanzado y qué falta por hacer. Por supuesto, no es un día de festejos y mucho menos de felicitaciones. La realidad de las mujeres en México y en el mundo dista mucho de ser algo que debamos festejar.
En pleno siglo XXI ser mujer es pertenecer a un grupo vulnerable per se, en el cual existen realidades diversas y algunas viven en condiciones más vulnerables. Por ello hoy quiero hacer referencia a las mujeres que se encuentran en prisión.
Para esto, utilizaré las cifras más recientes y confiables que se tienen en México, las de la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL 2021), realizada por el INEGI.
Si bien, para 2021 se identificó que la población total de personas privadas de la libertad era de 220 mil 500, donde el 94.3% eran hombres y el 5.7% mujeres. Sin embargo, el 43.9% señalaron que el motivo de su reclusión fue por haber sido acusadas falsamente de la comisión de un delito.
Además, al 53.7% de ellas no les han dictado sentencia, en contraste con el 27.7% de los hombres. Lo cual significa que, son aproximadamente 12 mil 500 mujeres a las cuales el poder judicial no ha logrado dar respuesta. Mujeres que actualmente no pueden estar con sus familias y que su vida se ha destrozado.
Pero ¿quiénes son estas mujeres y que es lo que han tenido que vivir al ser detenidas y permanecer en la cárcel?
La mayoría de ellas tienen entre 30 y 39 años, el segundo grupo mayoritario está entre los 18 y los 29 años. El 73% trabajó la semana anterior a su detención y el 67.8% tienen hijas o hijos, de estas el 55% señaló que los menores eran cuidados por los abuelos. El 68% declaró tener dependientes económicos.
Además, el 64.4% de ellas mencionó haber sufrido algún acto de violencia realizado o permitido por la policía o autoridad responsable, esto después de la detención y hasta antes de llegar al Ministerio Público. También el 39.8% afirmó haber sido agredida físicamente, de ellas el 15.5% acusó que también fue agresión sexual. Pero del total de mujeres privadas de la libertad, el 11% señaló igualmente haber recibido agresiones sexuales durante su estancia en el MP.
Sin duda, estas cifras son dolorosas, pero esto no acaba ahí. Pues incluso el 55.3% de ellas apuntó que había sido aislada o incomunicada mientras se encontraba en la agencia del Ministerio y el 21.3% confirmó haber recibido puñetazos y hasta patadas por las mismas autoridades o con el consentimiento de ellas.
Y encima, el 11.7% de las entrevistadas refirieron haber estado embarazadas en el centro de reclusión, de ellas el 17.5% no acudieron al médico y el 22% indicó que en los centros se negaron a revisarlas.
En cuanto a los servicios que son provistos en la cárcel, el 26.1% de las mujeres declararon que no contaban con agua potable en su celda, el 19% no tenía lugar para su aseo personal y el 13% sin drenaje. Alarmante, considerando que son servicios básicos necesarios para la salud de las personas.
Y con respecto a otras actividades, la situación no es distinta. Por mencionar una de ellas, nos encontramos con que el 19.7% no pudo participar en talleres educativos por “falta de documentos” y un 16.6% tampoco debido a que no hay programas adecuados a su nivel de estudio. Privándoles de toda posibilidad de superación aun cuando la educación es un derecho humano y obligación del Estado.
En fin, estas son las cifras frías y duras que nos muestran la realidad, aunque detrás de ellas están las historias de miles de mujeres que lo han perdido todo. Más si son parte de los casos en los que fueron acusadas injustamente, pues no solo perdieron su libertad, también su vida.
Porque aún con todo lo que sufren, no se detiene allí. Al hablar sobre mujeres en prisión siempre debemos tener en mente la doble discriminación que viven; por ser mujer y por haber cometido un delito. Caso contrario con los hombres, puesto que a ellos se les perdona, acompaña y recibe de vuelta en casa. La prueba está en las filas que hay durante los días de visita en los penales de hombres, a diferencia de los de mujeres. De hecho, la familia no les perdona que hayan cometido un crimen y suelen abandonarlas a su suerte; nadie les lleva comida, papel de baño o toallas sanitarias y el Estado tampoco dota esto.
En conclusión, ser mujer y ser detenida conlleva una alta estadística de ser atacada física y sexualmente por la autoridad. Significa que no serás juzgada con perspectiva de género. Que serás victimizada en múltiples ocasiones y en algunos casos prostituida en los penales de hombres por los oficiales. Ser una mujer en la cárcel refiere a convertirse aún más invisible para el Estado y para la sociedad.
Nadie las ve como lo que son; siendo mujeres jóvenes con una vida por delante y que saldrán de prisión aun siendo jóvenes a criar a sus hijas e hijos, a ser parte del mercado laboral, a construir y ser parte de la sociedad. Además, la mayoría sufrió abandono social, toca trabajar con ellas para que puedan ser su mejor versión, para que puedan reintegrarse exitosamente.
Entonces debemos mirarlas, sumarlas y dotarlas de las herramientas que necesitan para construir su futuro, que también es el nuestro. No las olvidemos, ellas no pueden marchar este 8 de marzo, pero nosotras debemos abrir los espacios para que sean escuchadas.