Los activistas no nacen, se hacen. Esto significa que todas, todos y todes podemos volvernos activistas a lo largo de nuestras vidas. Hay momentos, hechos y circunstancias que nos hacen comprometernos con una causa, defenderla y abanderarla. A veces, es por algo que nos sucede, otras veces a alguien a quien queremos, y otras simplemente la vida nos muestra una realidad que sabemos que no está bien y que queremos cambiar.
El activismo se hace con convencimiento y con mucho corazón. Si no nos mueve, si no nos transforma y si no nos motiva no es activismo. De ahí la importancia de encontrar cual es la causa que resuena contigo y comprometerte ahí donde el corazón te lleva. En lo personal hay muchas causas que me mueven y me ocupan, pero la constante en todas ellas son las personas. Estoy totalmente convencida que siempre y sobre todas las cosas la persona tiene que estar en el centro de las acciones, y a partir de ahí trabajar en favor de esta.
No soy activista de los derechos de personas LGBTTTQIA+ , sin embargo, esto no impide que me importe, pues estamos hablando de personas y a mí las personas me importan. Me importa que se sientan incluidas, me importa que se sientan respetadas, me importa que sepan que las visualizo, reconozco y respeto tal y como son.
En los últimos meses ha habido un gran debate por el uso del lenguaje incluyente y como todo últimamente parece haberse polarizado a grados que me cuesta entender. A mi punto de vista el debate es muy básico; ¿qué es más importante, la lengua o la persona? Y para mí la respuesta es muy sencilla: la persona, siempre la persona.
Las palabras y el lenguaje son muy importantes, cada palabra tiene un peso y es sustancial usarlas de forma correcta; lo que no se nombra no existe y esto aplica en muchísimos aspectos de la vida. Durante muchos años a las personas con discapacidad no se les nombraba, después se les nombraba minusválidos (como si su condición deteriorara su valor como personas); y ha sido gracias al trabajo de muchos activistas que se le dio visibilidad a las personas que tienen algún tipo de discapacidad, y así se les devolvió la dignidad.
Las palabras afectan y visibilizan, no es lo mismo hablar de feminicidio que de “una muerta”, hablar de una persona privada de la libertad que de un reo, ni lo es hablar de pueblos originarios que de indios; y así podría seguir con una larga lista. Sin embargo, por algún extraño motivo, a la sociedad nos cuestan estos cambios, a veces pareciera que dar visibilidad a otras personas nos hiciera perder la propia, que reconocer derechos de otres nos hace perder los propios; y algunas personas entran en una lucha constante por mantener el statu quo, aunque eso signifique vulnerar a los demás.
Aquellas personas que forman parte de los grupos LGBTTTQIA+ han sufrido históricamente una discriminación sistemática, empezando por no reconocerles. Se han escrito libros, artículos y muchos otros documentos al respecto, y si el lenguaje es una forma de hacerles sentir parte de la sociedad, pues es momento de empezar a aprender otra forma de hablar. El lenguaje neutro también visibiliza a las mujeres, pues sufrimos los mismos vicios de la lengua que deja a un lado a todo aquel que no sea hombre, no tiene sentido que todo lo masculino nos englobe y tampoco debiera ser problema modificar el uso de nuestra lengua para incluir a quienes han estado excluidos.
Si el que yo mencione de manera explícita mis pronombres hace que alguien se sienta menos incómodo a la hora de decir los suyos, a mí no me cuesta nada respetarlos. Yo no soy activista de estas causas, y quienes me leen no necesitan serlo para entender la importancia de pensar siempre en la persona; el tratar con respeto y reconocimiento a las personas no es activismo, sino una forma de vida que debiéramos tener.
Son siempre las pequeñas acciones que llevamos a cabo para lograr una mejor sociedad en las que debemos enfocarnos, porque siempre depende de nosotros. Preocupémonos y ocupémonos de las personas cada uno desde nuestro lugar.
Sobre la autora:
Jimena Cándano estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad Iberoamericana. Obtuvo el grado de Maestría en Administración Pública, Organización Comunitaria y Transformación Social en la Universidad de Nueva York. Actualmente es la directora general de la Fundación Reintegra, que trabaja desde hace más de 38 años a favor de la justicia social a través de la prevención del delito. Tiene como misión cambiar historias de vida de niñas, niños, jóvenes y sus familias que viven en entornos de violencia y delincuencia, a través de programas preventivos y de reinserción social, para que puedan construir un proyecto de vida positivo convirtiéndose en Agentes de Paz. Juntos aportan a la construcción de una cultura de legalidad y paz para nuestro país.
Acerca de Fundación Reintegra:
Fundación Reintegra es una organización que trabaja desde hace más de 38 años a favor de la justicia social a través de la prevención del delito. Tiene como misión cambiar historias de vida de niñas, niños, jóvenes y sus familias que viven en entornos de violencia y delincuencia, a través de programas preventivos y de reinserción social, para que puedan construir un proyecto de vida positivo convirtiéndose en Agentes de Paz. Juntos aportan a la construcción de una cultura de legalidad y paz para nuestro país.