La deriva totalitaria del “lopezobradorismo”, en franca descomposición, se ha acelerado en los últimos días.

Varios hechos ilustran el delirio narcisista e ilimitado del aprendiz de monarca en Palacio Nacional: La decisión de no nombrar a los tres comisionados faltantes del Inai —órgano clave para la transparencia y el acceso de la sociedad, a la información oficial— para evitar su funcionamiento y resoluciones; el anuncio de la desaparición de la agencia de noticias del Estado mexicano, Notimex; la negativa a retirar de su cargo a Francisco Garduño, titular del Instituto Nacional de Migración (acusado de tener responsabilidad en la muerte de migrantes en Chihuahua, y de actos de corrupción).

Así como también la pretensión de negar el fracaso obradorista en el combate a los grupos delictivos —especialmente los fabricantes y exportadores de fentanilo a los EU— frente a las acusaciones del propio gobierno de ese país.

El Inai es un órgano constitucional autónomo, y debe estar formalmente integrado por todos sus componentes. Su creación respondió a una exigencia social para tener garantía de acceso a la información y transparencia de los actos del gobierno, del otorgamiento de contratos para obras y servicios del sector público y, por lo tanto, como un instrumento social de combate a la corrupción.

“¡Mejor que no funcione, no sirve para nada!”, dice el reyezuelo. “¡Cuesta mucho y fue una creación de los neoliberales para proteger sus intereses!”; ha reiterado. No le importa que sea un mandato constitucional; eso se lo pasa por… el arco del triunfo, porque él está por encima de la Constitución.

Igualmente sucede con Notimex, en huelga desde hace 3 años, y de la que ha anunciado su desaparición porque: “Si ya tenemos ‘la mañanera, esa agencia informativa no es necesaria”. ¡Es una agencia del Estado mexicano, no del gobierno! Pero como él impone la agenda —recuérdese que ya lo confesó a una reportera en una “mañanera”—, él también decide qué y cómo se informa. Igual que en cualquier Estado totalitario.

En ese mismo sentido nos encontramos con la desfachatez presidencial de mantener a Garduño en Migración “porque es un buen funcionario, que ha hecho bien su trabajo”; pese a existir una orden de aprehensión en su contra. El “Señor de Palacio” decide a quién, cuándo y cómo se le aplica la ley, tal como sucede en las dictaduras.

De la misma manera ha querido negar la realidad de que el fentanilo (que mata a centenares de miles de personas cada año), se procesa en México por los cárteles de las drogas, a los que este gobierno protege y se alía para ganar elecciones. Pero difícilmente podrá eludir el acoso del gobierno norteamericano y tendrá que cambiar de estrategia, o se dejará al descubierto lo que, en nuestro país, ya sabemos: que la descomposición del lopezobradorismo nos está llevando a convertirnos en un “narcoestado”.

“¡El Estado soy yo!” declaraba el monarca francés Luis XIV. “¡El estado soy yo!” proclama —en los hechos— el reyezuelo mexicano con esas y muchas más decisiones que han subrayado, en los últimos días, su pleno desprecio a las instituciones, al Estado de Derecho, a la Constitución y a las leyes.

Por eso sigue descaradamente haciendo campaña para el 2024 con recursos públicos a favor de sus “corcholatas presidenciales”, con la divisa de que “el obradorato debe continuar por muchos años cueste lo que cueste”.

Con el síndrome de monarca, ha anunciado el desmantelamiento de 18 organismos que atienden el seguimiento de la calidad educativa, atención a la juventud, a los adultos mayores y a otros sectores vulnerables de la sociedad.

Este individuo se ha convertido realmente en un peligro para México. Por ello he celebrado la valiente decisión de la SCJN de declarar inconstitucional la adscripción de la Guardia Nacional a la Sedena, demostrando la fortaleza de las capacidades de la sociedad para preservar la democracia.

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