Las generaciones que nacieron a partir de mediados del siglo XX han sido muy privilegiadas por ser testigos de la vertiginosa transformación de los medios de comunicación. Los cambios no sólo fueron tecnológicos, sino también resultado de nuevas industrias de la información y entretenimiento. El mundo se hizo más pequeño, alcanzable, y hasta familiar. El bombardeo continuo de información de todo tipo coadyuvó a una mejora constante del aprendizaje y cultura en general.
Esta era es incomprensible en ausencia de los medios de comunicación masiva, dadas sus principales funciones: “[informar], influir en la opinión pública, determinar la agenda política, proveer un vínculo entre gobierno y sociedad, actuar como guardián del gobierno, afectar la socialización, entretenimiento, educación y movilización de las masas” (Pavel Camelia, “The Role of Mas Media in Modern Democracy”).
Como si no fuera suficiente, hacia principios de este siglo fuimos testigos de otra revolución en materia de comunicación. El surgimiento de los medios basados en internet, que hicieron más accesible el acceso a la comunicación, aunque lamentablemente todavía con sus lagunas. Este movimiento hacia Facebook, Twitter, YouTube... también implicó un reacomodo forzado de las modalidades y contenidos de la información y de la política. El acceso a materiales de manera anónima generó distorsiones para la “verdad”, que se trascendió a la posverdad, y nacieron las noticias falsas (fake news). Esto sacudió a maestros, científicos, audiencia en general, y aquellos medios de comunicación comprometidos con informar con oportunidad y veracidad. La sociedad aún no supera este desacomodo, lo que ha cambiado el rol y la credibilidad de los medios de comunicación, en especial en la política.
Concomitante a estos cambios se transformó el financiamiento de sus actividades. De los centavos que se pagaban por un periódico durante el siglo XX, se pasó a una multiplicidad de formas de pago, a su vez asociadas a menús o paquetes de “canales” al alcance del exlector, ahora espectador. El financiamiento se volvió más diverso, el precio y suscripciones al diario se complementaron con la venta de publicidad, y las organizaciones periodísticas fueron incorporadas a corporaciones con negocios más diversificados y con múltiples intereses. La actividad central de informar fue perdiendo preminencia en los medios e interés entre el espectador.
“Los medios constituyen la columna vertebral de la democracia. Proveen información, identifican problemas en la sociedad, y sirven como instrumento para la deliberación.” La democracia liberal contemporánea sería inconcebible en ausencia de los medios de comunicación, pero esto introduce un sinfín de problemas y vicisitudes para los medios independientes y para la propia democracia, ya que algunos buscan contenerlos, confrontando su libertad, incluso creando medios del gobierno, entrando con frecuencia en más conflicto y contradicciones.
Los grandes grupos de interés político o económico buscan incidir sobre los contenidos informativos, mientras que quienes participan en los medios buscan defender el oficio original y la libertad de expresión, lo que se complica aún más dada la internacionalización de los medios. El mundo mediático de hoy es de dimensión global. Los pesos y contrapesos para los propios medios vienen, más que nada, de los mismos medios.
Los medios de México están inmersos en esta dinámica de transformación y conflicto interconstruido entre éstos y la democracia liberal, que está convulsa. Para lograr la necesaria transición de 2021 a 2024, los medios habrán de jugarla con la democracia. Usted, respetable lector, dele su voto y compre una suscripción.