La relación de México con Estados Unidos de América (EUA) está en crisis. Es evidente que no es debido a disputas comerciales, por relevantes que son, ni por la tragedia humanitaria de una migración descontrolada, sino a raíz de una profunda descomposición de la seguridad nacional en México, que a su vez afecta la seguridad nacional de EUA. El desencuentro en materia de seguridad fue provocado por una crisis real, muy profunda, de seguridad en México, que no tiene precedente y que se gestó durante muchos años.
Los principales signos de dicha crisis son la pérdida de gobernabilidad, en diversas regiones del país, la intromisión de organizaciones criminales en asuntos electorales, y el amedrentamiento de gobiernos de diversos ámbitos, sobre todo los municipios. Es un deterioro innegable, aunque el gobierno federal no lo reconozca, pues su escapismo está atrapado en la negación. Es una crisis evidente para todos menos AMLO. Los indicadores son muchos, pero quizás el más significativo sea la amplitud del territorio nacional donde el gobierno ha perdido su capacidad para gobernar, pues está al borde de un abismo que lo constituiría en un estado fallido. Eso se sabe en México, en Washington D.C. y en Ottawa, donde se comparte una profunda preocupación al respecto. Hay un sentimiento de muchos, mexicanos y extranjeros, de que esta crisis llegó demasiado lejos. Surge la pregunta, ante una acción insuficiente del gobierno de México para combatirla ¿hasta cuándo deberían esperar el gobierno de los EUA, de Canadá y los mexicanos para expresar de manera más firme su preocupación y demandar una acción efectiva para rescatar a México del crimen organizado? El hartazgo de los mexicanos con la crisis de inseguridad se expresa a diario: se cobra derecho de piso en todos los rincones del país, donde también prevalece la extorsión, los feminicidios y los homicidios.
Es indispensable recordar que en ambos países la política exterior tiene que responder a equilibrios políticos internos. En la coyuntura actual el presidente Biden se encuentra bajo presión de varios gobernadores, de congresistas y senadores, en especial republicanos, y de otros grupos de interés con peso político para su eventual reelección.
Por su parte, el presidente López Obrador debe desactivar las presiones que vienen del sector más radical y antiyankee de Morena. La asimetría es clara, Biden debe hacer política hacia afuera de su partido, en el Congreso, mientras que AMLO lo tiene que hacer al interior de su movimiento. Lo que habrá que aclarar en México es ¿cuáles de esas presiones son reales y cuáles son inducidas o inventadas por el propio líder de Morena? Se vale utilizar diferencias internas para negociar con el otro país. Lo que sucede es que AMLO ha perdido mucha de su credibilidad, sobre todo en el exterior, por lo que su actuar ahora está sujeto a cuestionamientos estrictos. Su improcedente llamado a la comunidad de origen mexicano en EUA a votar en cierto sentido fue objeto de rechazo inmediato por dicha comunidad.
Un factor adicional es el efecto en ambos países de lo que se dijo en el juicio de Genaro García Luna en Brooklyn. Su resultado más relevante fue la pérdida de confianza mutua de las autoridades estadounidenses respecto a las mexicanas y de las mexicanas respecto a las del vecino del norte. Si bien precaria, la confianza que existía antes de dicho juicio quedó muy dañada.
¿Qué pérdida de soberanía es más grave? ¿La penetración del crimen organizado en México o los sueños intervencionistas de congresistas estadounidenses? Es mucho más serio, trascendente y preocupante la penetración del crimen organizado (narcoestado) en México que la retórica intervencionista.
Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA
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