El “lunes negro” de la política mexicana fue el jueves 22 de septiembre. Al igual que los colapsos globales de mercados, en este caso la destrucción de instituciones y personajes políticos fue de gran alcance. La gota que derramó el vaso fue la intentona del presidente del PRI, Alito Moreno, por pasar una iniciativa de ley planteada por Yolanda de la Torre, su compañera de partido, en la que proponía extender la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles de México hasta el año 2028; planteamiento contrario a la iniciativa presentada por el grupo opositor, que fue retirarlas en 2024.
Un asunto que parecería de segundo orden para algunos, precipitó una ruptura entre los partidos integrantes de la coalición Va por México. Esta situación, en los hechos, significó la destrucción de la principal iniciativa política rumbo a la elección presidencial de 2024, y que muchos perdieran la esperanza de un triunfo pacífico de la oposición sobre Morena y AMLO; de ahí que la decepción sea mayúscula y sacuda todos los rincones de la política mexicana. El colapso abarcó desde carreras personales como la Alito Moreno; pasando Rubén Moreira, coordinador de la bancada priista en San Lázaro; Carolina Viggiano, Diputada y Secretaria General del CEN del PRI (y esposa de Moreira); y dejando en la soledad política a los liderazgos del PAN y del PRD que también impulsaron el bloque opositor. Es patética la pasividad del priismo que no salió a contener la iniciativa unilateral y desautorizada de su presidente y sus desplantes autoritarios. Así, esa pasividad se convirtió en complicidad y con ella prácticamente extinguió ese partido histórico.
Un problema de mayor fondo es la erosión profunda de la confianza entre los principales actores políticos de México. Hasta ese momento Va por México y el Frente Cívico Nacional (FCN) constituían un fenómeno de comunicación y acuerdo de las principales fuerzas y partidos de oposición. Será difícil que éstos vuelvan a creer en ellos mismos, consecuencia de la traición de Alito. Otro daño mayor se autoinfligió AMLO y Morena, pues en vez de ganar, como consideran, perdieron completamente su credibilidad como agentes democráticos. Asimismo, la propuesta de López Obrador de realizar una consulta popular sobre la permanencia del Ejército en las calles, a pesar de estar expresamente prohibido en la Constitución, recibió un gran rechazo.
Un gran perdedor fueron las Fuerzas Armadas de México, no solo por no haber logrado modificar la Constitución, que era su propósito, sino quedando al descubierto como parte interesada en la militarización de la seguridad pública, sumada a la de otras muchas actividades que les han sido conferidas hasta ahora por el presidente de la República. El colapso de la política mexicana fue rotundo, salvo en el Senado de la República.
El FCN, como ejercicio ciudadano, abrió una nueva esperanza para el quehacer político de hoy y del futuro inmediato, que se resquebrajó con los eventos del lunes negro. Surgió lo peor de muchos liderazgos como personas y como políticos, inhibiendo el deseo legítimo de otros por participar. Esta desmoralización de la política se convierte en el peor legado de la 4T, sin que le importe, pues no ha dudado en arremeter y avasallar personas, organizaciones y principios con tal de obtener triunfos de corto plazo que al final resultan pírricos.
Es paradójico que sean Morena y AMLO quienes se hayan convertido en el principal destructor de la democracia mexicana, pues pese a sus desencuentros y provocaciones, avanzaba a partir de la alternancia de 2018. Con lo que ha realizado Morena durante este gobierno, y con sus amenazas hacia otras instituciones y principios democráticos, con lo del lunes negro se consolida como su principal enemigo y destructor.
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