En enero de 2019 la economía arrancó bajo dos impactos preponderantes, el resultado de la elección presidencial, y el lanzamiento de la 4T. Dicho arranque generó un verdadero mar de incertidumbres, que provocaron un desenvolvimiento balbuceante de la economía y su franca desaceleración. Ese primer arranque marcó 2019.
Un año después la economía inició de una base muy frágil y también con perspectivas negativas debidas a los desencuentros entre el gobierno y el empresariado, y al desconcierto de sectores amplios de las clases medias por las medidas echadas a andar por la 4T. A esto se sumó la aparición del Covid-19 que pronto se convirtió en un verdadero tsunami para todas las actividades económicas y sociales. Ese segundo arranque determinó el que hasta ahora ha sido el peor de los años en lo económico desde 1932.
Para 2021 el asunto no mejoró. La recuperación de la economía mexicana arrancó rezagada respecto a la de otros países. Fue más lenta de lo que se planteó y mucho más débil. El escenario de cierre de 2021 constituye el cuarto arranque ahora para 2022 y, aunque el gobierno no lo reconozca, presenta múltiples acechanzas.
La actividad económica acumulada a septiembre del año pasado fue 3.8% inferior a la observada en 2019. Además, el cierre del año fue peor al anticipado. En octubre la producción fue 4.6% menor a la registrada en 2019. A fines del año pasado (noviembre) el número de mexicanos ocupados en la economía formal fue apenas 0.6% superior al de noviembre de 2019. El crédito al sector privado cayó 4.9% en noviembre a tasa anual real. La actividad industrial disminuyó 1.7% (octubre) respecto a 2019. Al tercer trimestre Pemex arrojó pérdidas por 100.2 mil millones de pesos y algo similar sucedió con CFE. En diciembre la inflación anual alcanzó 7.2% (que se convirtió en el piso previsible para las revisiones salariales), más cerca a dos dígitos que lo confortable. Lo más destacado fue el lamentable comportamiento de la inversión fija bruta: -10.6% respecto a 2019. Ese constituye el arranque para 2022, por lo que no hay sustento para una expectativa de una expansión económica sustancial. A esto habrá que sumar el efecto del virus ómicron, tomando en cuenta que al 31 de diciembre de 2021 el porcentaje de la población vacunada con esquema completo fue de 56.5% y solo 63.5% con al menos una dosis.
En términos más específicos, la prospectiva presenta riesgos económicos que son múltiples y de peligro. 1. Una mayor inflación, que para diciembre de este año podría acercarse más a dos dígitos, lo cual se reflejaría en algún grado en el tipo de cambio e induciría tasas de interés mayores; 2. Un PIB inferior al potencial 3. Erogación en pensiones por montos superiores, sean por la vía del bienestar o los sistemas formales. 4. Manipulación de precios (gas, gasolinas y otros), con el argumento de proteger al consumidor, pues el consumo privado todavía tardará 12-18 meses para recuperar el nivel pre-pandemia. 5. La inversión en activos fijos requerirá 18-24 meses para recuperarse. 6. Nivel de ocupación global inferior al de pre-pandemia y elevado subempleo. 7. En finanzas públicas, insuficiencia de ingresos, en particular tributarios, que junto al PEF inercial arrojará déficits anuales subsecuentes del orden de 4.0% del PIB, lo cual agotará la tolerancia de las calificadoras. 8. Escaso avance de la producción de Pemex, con elevada dependencia financiera del Gobierno Federal, junto con un deterioro adicional de las finanzas de CFE (crecientes subsidios). Obstáculos a la participación de particulares en actividades estratégicas; y la contrarreforma eléctrica traerán un fuerte deterioro de la competitividad y de las finanzas públicas.
Por lamentable que sea, México enfrenta un cuarto arranque económico poco promisorio para 2022.