A Lorenzo Córdova, digno presidente del INE.

A pesar de la estrategia de comunicación de deliberada distracción de los asuntos sustantivos, cuando éstos se agravan el gobierno no puede ocultarlos. Ése ha sido el caso los últimos días.

La iniciativa presidencial de reforma (contrarreforma) eléctrica chocó con pared: el sentido común. Primero, por la creciente resistencia de numerosos grupos que digirieron sus graves efectos negativos, que encontraron eco en diversos rincones del mundo. Precisamente porque se basan en el sentido común, los señalamientos y preocupaciones son comunes y compartidas fuera de México. Además, han surgido señalamientos de que violan el TMEC.

Segundo, por su coincidencia temporal con la COP26 en Glasgow, que busca renovar y reforzar acciones globales para contener el Calentamiento Global y su remediación. El comportamiento de México en dicha conferencia ha sido calificado como el segundo peor de entre los países participantes, debido a los obstáculos que sus acciones representaron para el avance de nuevos acuerdos globales. Eso le mereció el segundo lugar del “Reconocimiento Fósil” que otorga desde 2009 a quienes menos contribuyen a avanzar.

Tercero, cada vez es más evidente la contradicción de la reforma con tendencias mundiales irreversibles de la transición energética, en las cuales el sector electricidad tiene un rol preponderante en el futuro de la economía mundial.

Fuera de México, la transición energética avanza a ritmo incansable. Las acciones para descarbonizar la atmósfera se observan en prácticamente todas las actividades humanas. En hidrocarburos, las empresas petroleras se esfuerzan por convertirse en empresas de “energía”, los consumidores de vehículos caminan aceleradamente hacia los eléctricos, los productores de bienes de capital innovan para reducir la huella ambiental de la producción.

Hasta hoy, el resultado en Glasgow es una mezcla de intención por avanzar y de frustración por lo limitado de los logros. En ese contexto, la reforma eléctrica de México se convierte en símbolo de quienes no comparten los objetivos de Glasgow. Se ahonda la preocupación por la brecha entre las expectativas de contener el calentamiento global y la realidad de los Acuerdos que se logran. El anhelo de alcanzar un Acuerdo 2.0 parece que quedará enterrado en Glasgow.

Además del desánimo que causa la falta de compromiso para avanzar, crece la alarma porque no están canalizando recursos suficientes para materializar la transición energética. Los ciudadanos, inversionistas, organizaciones e instituciones del mundo dan la espalda a lo que consideran energías “sucias”, con lo cual dinamitan la transición energética, que requiere una reducción gradual del uso de energías “sucias”.

Se estima que el mundo necesita 500 mil millones de dólares al año para mantener la producción de hidrocarburos, si bien durante varios años la inversión ha sido menor a 350 mil millones de dólares. Esto genera el riesgo de una brecha creciente entre oferta y demanda de energías, en especial de electricidad. 759 millones de personas todavía carecen de electricidad, pero tienen aspiraciones legítimas por desarrollarse y consumir más energía. Esto anticipa una gran expansión del sistema eléctrico global, a partir de múltiples tecnologías y la concurrencia de miles de proveedores (cobre, oro, litio, acero, cemento, entre otras). Esto abre un espacio para la industria mexicana como proveedor mundial de insumos para la transición energética.

La falta de recursos sólo podrá cerrarse con capital privado, pues los gobiernos no cuentan ni con el mandato ni con las capacidades para cerrarla. En síntesis, se trata del reto financiero más importante para el desarrollo de la economía global en el siglo XXI.

La cerrazón gubernamental hace que se nos escape la ola de oportunidades que trae la transición energética.

Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA

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