Después de la revolución de 1910, las instituciones y la democracia mexicanas se han desarrollado por ciclos. Los resultados de la elección de 2018 plantearon dudas sobre el futuro de esa evolución gradual. Por diversos motivos, representó un punto de quiebre, entre los que destacan el sobrado triunfo de Morena, la aplanadora legislativa, producto de la sobrerrepresentación, el reemplazo, que no entreveramiento, de grupos de gobernantes y políticos, el fracaso de las clases dirigentes para dar cauce a los desencuentros sociales, y el acta de defunción del sistema de partidos y sus integrantes tradicionales.
El derrumbe de los partidos políticos derivó del descuido de sus estructuras, de la falta de un ejercicio de autocrítica creíble, del abandono de un discurso efectivo, y de la falta de un proyecto político, que son signos vitales de todo partido político.
En esas condiciones, cayó la pandemia, la crisis económica global, y las estrategias de confinamiento y sana distancia que son enemigos mortales para hacer política. Fue difícil enfrentar la mañanera en condiciones de Covid-19, pues las redes no pueden contrarrestarla.
Hasta fines de 2020, sociedad y partidos de oposición comenzaron a asomarse a la dinámica de los cambios en México. Las clases dirigentes (intelectuales, científicos, empresarios, comunidad cultural, OSC’s) empezaron a resucitar. La iniciativa “Sí por México” fue adquiriendo potencia y se adecuó a tiempos y realidades de la política en México al identificar y lograr una alianza con los partidos de oposición como eje para canalizar su insatisfacción política con la 4T. En los hechos abrieron las condiciones para una reactivación de los partidos políticos.
La dinámica política que se detonó fue sorprendente. La población descontenta con los gobiernos de Morena encontró canales para expresarse y actuar en lo político. Ese proceso desembocó en la elección del domingo pasado, en la que 53% del electorado acudió a las urnas para concretar dos opciones políticas principales: la alianza “Juntos Haremos Historia”, bajo la tutela del Presidente López Obrador, representó el proyecto de continuidad y consolidación de la 4T; la alianza “Va por México”, impulsada por la ciudadanía, coaguló a los descontentos que buscaban poner un “dique” al avasallante gobierno de AMLO.
Esas dos opciones políticas capturaron 44.3% y 41.2% de la votación el domingo, dejando muy claros los dos sectores del electorado, y dando un paso hacia un balance político más equilibrado. Es de notar que la elección representó nuevas opciones democráticas para todos los que contendieron, y que atajó la ruta autoritaria.
Los términos pacíficos en los que se dio la elección y su desenvolvimiento, sin tropiezos mayores, y el ejemplo multitudinario de los ciudadanos rescataron instituciones, en particular al Instituto Nacional Electoral (INE). Por tanto, también abrieron una ventana para evitar un deterioro adicional del Estado de derecho.
En lo fundamental, la elección no dejó daños irreparables para ninguna de las partes. Se trató de una “sacudida” de la intensidad adecuada para evitar el riesgo de un terremoto político en el futuro cercano. De esa manera, los resultados de la elección abrieron espacio para una “transición política” hacia el 2024, que los mexicanos necesitan y demandan.
Para Ripley: Los que pertenecen a la delincuencia organizada [se portaron] en general bien.
Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA