La democracia está en duelo. Motivo: el debate de antier entre los candidatos republicano y demócrata a la presidencia de Estados Unidos (EU). En la situación global actual, llena de tensiones de salud, económicas, geopolíticas, y sociales, se da un debate patético en una de las democracias más relevantes del globo, por sus raíces muy profundas y ramificaciones hacia todos los rincones del mundo.

El debate tragicómico resulta de varios factores. Primero, de la profunda polarización de los estadounidenses, producto de asuntos no resueltos por siglos (como la discriminación racial y de género, entre otras), así como de la actitud de asedio constante de Trump contra ciertos grupos en EU. ¿Qué puede esperarse cuando desde la cima del poder político se alimentan rencores y pasiones?

Segundo, la erosión de la civilidad política, que carcome la convivencia social al grado que lleva a que no se acaten las reglas del debate político. Parece increíble que nada más y nada menos que el Presidente de EU fue incapaz de acatar las reglas mínimas de todo diálogo político y, más aún, de aquellas acordadas por él mismo y su equipo para el propio debate.

Tercero, cuando la discusión política degenera en intercambios como el que atestiguamos antier, de inmediato surgen algunas características de interlocutores intolerantes: en vez de argumentar, descalificar al adversario, por ejemplo ayer, Trump tratando de imponer a Biden el calificativo de “izquierda radical”. También la interrupción continua, que impide escuchar y argumentar. La razón se sustituye por la vociferación. Notable la pérdida de control y moderación personal de quienes debaten, la cual rebasó y hasta exasperó al moderador, incapaz de conducir el evento.

Cuarto, la capacidad para mentir con impunidad, sin que esto altere el curso del debate. Una de las causas de la erosión de las democracias es la posibilidad de que el debate político pueda transitar por el espacio de la mentira, de la falsedad, de los datos de cada quien, que no coinciden con los de nadie más. Mentir se convierte en arma de los populismos autocráticos.

Quinto, la falta de credibilidad de quienes debaten. Como Presidente, Donald Trump se ha caracterizado por erosionar su credibilidad desde que tomó la Presidencia, por incurrir en contradicciones y, abiertamente, en falsedades. Por su parte, Joe Biden no ha logrado que contingentes muy numerosos de los estadounidenses le crean. Por ejemplo, equivocó su argumentación acerca de los déficits comerciales de EU con China y con México. Alguien debió explicarle que así no se evalúa la relación comercial entre dos economías. Biden no apareció brillante, pero sí sincero y confiable.

Sexto, aún ahora tiene valor la calidad personal de los individuos. En ese sentido, Biden salió como un gigante, tolerando los ataques ruines de Trump, personales y de poca relevancia para el debate político: Biden evitó incurrir en el mismo error, a pesar de las ricas posibilidades.

A esas características de la tragicomedia, se suman afirmaciones de verdad preocupantes para quienes creemos en la democracia liberal. Destaca la negativa sistemática del Presidente Trump para condenar la supremacía blanca en EU y, por ende, en el mundo. También, la amenaza desde la mismísima Presidencia de EU, anticipando fraude electoral en la elección del 3 de noviembre, sin dar sustento alguno a sus alegatos. Esto pasará a la historia como uno de los momentos más oscuros de la historia de EU.

Preocupó lo de antier por EU y también por las implicaciones para México de intentar un diálogo democrático con un presidente populista.

Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA

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