Muy bien, gracias. Aunque no tanto, como lo manifiestan las extraordinarias inundaciones que devastaron parte de Alemania y Bélgica la semana pasada, el exceso térmico en el Oeste de Canadá y Estados Unidos, los incendios, las inundaciones, las sequías por todas partes. Según los expertos del GIEC (Grupo de Expertos Internacionales sobre la Evolución del Clima) “lo peor está por venir… la humanidad se encuentra al inicio de consecuencias climáticas cataclísmicas, con implicaciones para la vida de nuestros hijos y nietos, mucho más que para la nuestra… Si la vida en la Tierra puede reponerse de un cambio climático mayor evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas, la humanidad no puede hacerlo”. El informe precisa que las metas fijadas en 2015 por la cumbre de París son insuficientes: se trataba de hacer todo para limitar a dos grados el recalentamiento del planeta, algo que no parece que, de seguir así, se vaya a lograr.

El 14 de julio pasado, la Comisión Europea presentó en Bruselas el “pacto verde” el cual, de realizarse, pondría a Europa en la vanguardia mundial. La meta es lograr para 2050 la neutralidad carbono, con una primera etapa en 2030: reducir en 55% la emisión de gases a efecto invernadero en relación con 1990. Europa pretende crear así una dinámica mundial para incitar a otros países a participar en el esfuerzo. El pacto es una propuesta detallada y calendarizada de una serie de medidas. Falta que las acepten todos los Estados de la Unión Europea que, políticamente, no pasa de ser una vaga confederación, pero algo es algo. Ya se asustaron los sectores de la siderurgia y del cemento, la automotriz y los constructores de aviones.

Vienen broncas muy serias, sin contar con los inevitables movimientos sociales que provocará entre los menos favorecidos el paso del coche actual al todo eléctrico. El pacto quiere prohibir para 2035 la venta de coches con motor de combustión y propone la creación de un impuesto carbono en sus aduanas, sobre la importación de productos que vienen de los países más emisores de carbono.

Pero Europa no es una isla y produce menos de 10% de las emisiones mundiales. ¿Qué hace y hará el resto del mundo? ¿Seguirá el ejemplo de los gobiernos de Brasil y de México? En las Amazonas, como en nuestra península yucateca, la tragedia viene por el riel. En Brasil, impuesto por el agrobusiness, un ferrocarril destrozará la selva a lo largo de 900 kilómetros, amenazando tanto a la naturaleza como a las comunidades que la habitan. Dos grandes proyectos faraónicos, tan inútiles como impuestos. La desforestación no es una catástrofe natural, es la consecuencia de estos proyectos y de los incendios criminales que los preceden y acompañan. Es una manifestación del desprecio de los gobiernos por el medio ambiente, los derechos humanos y la vida. Bien dicen los diputados brasileños opuestos al proyecto que “la biodiversidad y el clima no pueden salvarse con infraestructuras que invitan al saqueo de la naturaleza”.

¿Qué decir de la política energética de nuestro gobierno y de su apuesta arcaica sobre los hidrocarburos? ¿Ceguera, ignorancia o demencia senil? Digo senil porque nos remite a otros tiempos. El 26 de mayo próximo pasado, la Agencia Internacional de la Energía, organismo ligado a la OCDE de la cual somos miembros, afirmó que “las inversiones en nuevas instalaciones petrolíferas y gaseras deben cesar”. Su informe ha tenido una gran influencia –pero no en México donde no se le menciona–. “En veinte años, ningún informe ha producido tal impacto. Los gobiernos están cambiando sus decisiones, los bancos centrales también y las compañías petroleras cambian de estrategia”, se alegra el director de la Agencia, el truco Fatih Birol.

¿Y nuestro gobierno? Muy bien, gracias.

Historiador.