De la guerra en Ucrania, claro, de la guerra contra Ucrania que va para largo. El historiador recuerda un pasado que enseña mucho sobre lo que ocurre después de una guerra que remite a la primera guerra mundial con sus fatídicas trincheras. Lean a Erich Maria Remarque, vean la película inspirada en su novela Sin novedad en el frente, lean a Céline, otro veterano de esa guerra, autor del Viaje y de Guerra.

Pero, primero, están las consecuencias inmediatas, no solamente las destrucciones de ciudades y pueblos y todo tipo de infraestructuras: la reconstrucción es siempre sorprendente en su rapidez. No, hay que calibrar las dimensiones del desastre ecológico, como nos lo recuerda la destrucción de una presa sobre el gran río Dnipro. Más allá de las inundaciones inmediatas, quedará la contaminación de los suelos por todo lo que se llevó el agua: productos industriales, químicos y decenas de miles de minas que complicarán la recuperación de estas espléndidas tierras de labor. Hablando de minas, los expertos han calculado que Ucrania tiene por hoy el récord mundial de sembradíos de minas. ¿Cuántos años para eliminarlas? Más de cien años después del armisticio de 1918, encuentran en Francia minas y obuses de la primera guerra mundial.

Las consecuencias inmediatas y a mediano plazo son demográficas. Nadie sabe exactamente cuántos soldados, hombres jóvenes, incluso adolescentes, han muerto y morirán, han sido y serán lesionados de por vida. Olvidémonos del costo para atender los heridos, en su cuerpo y en su mente, para ayudar a los lisiados de por vida ¡Tanto sufrimiento, tantas familias destrozadas!

Lo más grave, sin embargo, no es tecnológico, material, sino, como bien dice la historiadora Françoise Thom, “la guerra, sea cual sea el desenlace, detona procesos incontrolables, subterráneos durante un largo tiempo, y que pueden explotar con una violencia inesperada a la hora menos esperada”. Habla del impacto psicológico a largo plazo de esa carnicería que ha cumplido ya más de 660 días, en el corazón de Europa. Evgenii Prigozhin, el famoso billonario ruso, exconvicto, creador y dueño del ejército privado Wagner (referencia, pienso, al Siegfried de Richard Wagner), tiene toda la razón cuando habla del “molino de carne” que machucó a 20 mil de sus mercenarios. Despotrica, con razón también, contra los dirigentes militares, el Estado Mayor, la Secretaría de la Defensa, hasta rasguña al "Abuelo”, es decir, a Vladimir Putin.

Sus imprecaciones son las mismas que uno encuentra en la correspondencia de los soldados de 1914-1918. “Esa basura que llena la Cámara de diputados, el Senado y demás lugares”. “Nuestra República, en lugar de ser el gobierno ideal, no fue y no es más que un régimen de podredumbre”. “La m… cuyo olor nos llega desde la retaguardia nos da un asco profundo de la humanidad. Políticos, jueces, periodistas, todos comprometidos, todos podridos”. “Los que nos mandan al matadero han matado la idea de patria”.

Repito, perdón: escuchen a Céline cuando habla del alto mando y de los oficiales: “Con semejantes bichos esa infernal estupidez podía durar hasta el fin de los tiempos… ¿Seré yo el único cobarde sobre la tierra? Pensaba yo, perdido en medio de dos millones de locos heroicos armados hasta los cabellos. Más rabiosos que los perros, adorando su rabia, lo que no hacen los perros… ¿Quién pudo predecir antes de entrar de verdad en la guerra, todo lo que contiene la sucia alma heroica y floja de los hombres?”

La guerra hizo de Céline el anarquista de ultraderecha, pacifista, rabiosamente antisemita y luego colaboracionista furibundo del ocupante nazi en Francia: un nihilista. ¿Qué están pensado hoy los soldados ucranianos, los soldados rusos en la línea roja del Frente? ¿Qué pensarán si no caen en el molino de carne? Mi admirado Georges Bernanos, después de la Primera Guerra Mundial, profetizó: “La guerra moderna, la guerra total trabaja para el Estado totalitario, le proporciona el material humano”. La guerra presente es una bomba de tiempo tanto para Ucrania como para Rusia.

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