En Francia, en octubre, un profesor de secundaria fue asesinado y decapitado a la salida del colegio; unos días después, en la catedral de Niza fueron asesinados el sacristán y dos mujeres, otra vez por un joven islamista; en la tarde del mismo día, jóvenes turcos desfilan en Dijon al grito de ¡Alá es grande! y ¡Mueran los armenios! El 2 de noviembre, en Viena un comando del Califato mata cuatro personas cerca de la gran sinagoga de la capital de Austria.

Eso empezó hace treinta años y durará otros treinta años. Salman Rushdie, el autor de Versos satánicos, condenado a muerte en 1989 por una autoridad religiosa del régimen de los ayatolas, comenta: “Todo esto es parte de la misma historia, pero, en 1989, era demasiado temprano para entender de qué se trataba. Nadie vio que la fatwa (condena religiosa) era el inicio de un conflicto más largo; se percibió como una anomalía fantasiosa. Es como en Los Pájaros de Hitchcock. Primero aparece un pájaro y uno piensa: “No es más que un pájaro”. Solo más tarde, cuando el cielo se llenó de pájaros, uno dice: “Pues sí, ese pájaro anunciaba algo. Era solo el primero…”

Lo que acaba de ocurrir en Francia y en Austria, lo que volverá a pasar en cualquier país de Europa y del mundo entero, no se entiende sino a la escala internacional, porque los responsables de la yihad piensan a escala internacional. “La función de la yihad es tumbar las barreras que impiden que nuestra religión se expanda sobre toda la superficie de la tierra”, en palabras de Abdalá Azzam, diplomado de la universidad Al-Azhar en el Cairo, antes de volverse una de las figuras tutelares del islamismo belicoso.

Boualem Sansal, escritor argelino, autor de 2084: el fin del mundo, manifestó, al otro día de la decapitación del profesor Samuel Paty, que “Francia sigue sin entender a lo que está confrontada”. Diagnostica que Francia se cree golpeada por unos terroristas, cuando sufre una guerrilla islamista que se prepara para alcanzar, un día, las dimensiones de una guerra total, “como muchos países la vivieron y la siguen viviendo a grados diversos: Argelia, Mali, Afganistán, Irak, Siria, Libia, Somalia”. Sansal afirma que el islamismo es un Estado soberano, que no tiene territorios, ni fronteras, ni capital, sino “ciudadanos fieles reunidos en la Umma (comunión de los creyentes), presente en todo el mundo, en el Territorio del Islam y en el Territorio de Guerra; ese estado no tiene constitución, sino la sharía sacada del Corán y de los Dichos. Sus soldados, policías, imames, jueces y verdugos no son funcionarios, sino los fieles mismos, sin lazos jerárquicos entre ellos, actuando cada uno según sus medios y las circunstancias… Alá ordena a cada musulmán, donde se encuentra, trabajar por todos los medios a la expansión del Islam, combatir a los que no creen y castigar a los blasfemas y apóstatas”. Por lo tanto, los que degüellan y violan en nombre del Islam no son ni asesinos, ni locos, ni ignorantes.

El joven chechén, hijo de una familia que goza del estatuto de refugiado en Francia, ese joven que decapitó al maestro Samuel Paty, es un asesino para los franceses; para los islamistas, es un musulmán sincero y valiente (el presidente Ramzan Kadirov, de la república autónoma de Chechenia, en el seno de Rusia, celebró su valor), un juez que condenó al maestro y lo ejecutó, en conformidad con la sharía. Su premio es ir al paraíso para gozar de las 72 vírgenes prometidas. Según un sondeo muy serio, 57% de los jóvenes musulmanes de Francia ponen la sharía encima de la ley de la República…

Historiador

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